Sobre el Zodiaco:
Yo no creo en esas cosas. Alguna vez creí en ellas, pero ahora sé que no existen. Pero si existieran, sé cómo funcionarían.
Sobre ella:
Yo no siento esas cosas. Alguna vez creí que las sentía, pero ahora sé que no. Pero si las sintiera, sé exactamente cómo se sentiría.
Esta es la quinta entrega de los cuentos de la Bola de Cristal.
Mini bola de cristal, o sea, una canica. |
–¡Adivina qué! ¿con quién crees que soñé?
Comencé a sudar frío. No sólo sabía con quién, sino también qué. Durante toda la semana la estuve espiando por la bola de cristal. Poco a poco me fui familiarizando con su funcionamiento aunque aún no lo entendía del todo: a cierta hora comenzaban los colores, y eso no parecía estar bajo mi control, o al menos aún no averiguaba que detonaba su encendido, pero ya podía controlar la duración de su funcionamiento.
—No, no tengo idea. ¿cómo podría saberlo? ¿eh?
Se me quedó viendo raro. Yo misma me reprendí por lo idiota.
—Bueno... ¿qué soñaste?
—Algo raro. Que íbamos en un carro, tipo la banda del automóvil gris, ¿viste la película? bueno. El caso es que él era como el jefe de la banda, y ahí estábamos ¡tú y yo! y entonces...
Dejé de ponerle atención ¿Banda del automóvil gris? ¡yo sólo había visto imágenes bastante... ejem... ¿cómo decirlo? bueno... me comprenden. Cuerpos desnudos, escenas tiernas... ¡nada que involucrara una historia! Y mucho menos la banda del automóvil gris.
—¡Cómo ves! ¿no es chistoso?
Tampoco podía esperar que me contara ese tipo de sueños. No nos contábamos esas cosas. Pero ¿para qué iba a inventar un sueño? Y sobre todo, suponiendo que era la versión con censura, ¿a qué horas salió el automóvil gris en la bola de cristal? No lo recordaba. ¿La bola sería selectiva?
–¿Qué opinas?
—¿eh?
—¡No me pusiste atención!
—¡Sí, sí! ¡que iban en un automóvil gris!
—¡No era gris! ¡era como la banda del automóvil gris! Pero era... ¡aish!
—¡Discúlpame! cuéntamelo, anda... es que yo... yo también tuve unos sueños muy raros con él... pero no, nada con historia como los tuyos... eran... pero ¡cuéntame el del auto! ¿cómo era?
—aish... bueno. Traía un sombrero...
¡Sombrero! ¡Eso si salió en uno de los sueños! Pero ahora sí tenía que poner atención, traté de olvidar lo que había visto ponerle atención... pero era difícil...
—y entonces así nos escapábamos...
¡En la madre! ¿quiénes se escapaba? ¿de dónde? ¿ellos dos? ¿nosotras de él? ¿todos de la policía? Me le quedé viendo como idiota y sonreí. Maldita bola y maldita atención la mía. Yo nomás dije:
—¿pues qué cenaste? ¡jajajaja!
Y para mi fortuna se rió también, y se saldó el problema. Andábamos en Ciudad Universitaria, era tarde y estábamos muy cansadas. El clima era lo suficientemente seco como para que las Islas (para los no chilangos, nota: es una extensión de césped muy grande entre los edificios de la Ciudad Universitaria), decía, para que las Islas no fueran un enorme lodazal, pero lo suficientemente húmedo para que el pastito fuera suave y verde y se antojara echarse sobre él. Y eso hicimos: nos echamos de espaldas y nos quedamos mirando las nubes.
–¿Y tú qué soñaste?
No sé porqué se me ocurrió contarle lo que vi en la bola. Quizás porque era un modo de quitarme la culpa de andarla espiando. En realidad no me interesaba lo que ella soñara. O bueno, sí me interesaba, pero no del mismo modo. O sea ¿cómo decirlo? Si ella me cuenta sus penas y glorias, me interesa porque la quiero. Porque es mi amiga ¿ven? Pero saber qué sueña él es... no es que no lo quiera... es que... ¿que qué soñé?
—Pues que estábamos en un lugar muy raro. De muchos colores... ¡desnudos!
—¡Jajajaja! ¿y así? ¿nada más eso?
—Bueno, no... o sí... o sea... ¡ya sabes! ¡eso!
–¡jajaja! bueno, sí. Eso, ¡jajaja! Bueno, sí, yo he soñado eso también, pero hace mucho tiempo que no.
¡Maldita bola! ¡Ahora resulta que me trae los sueños diferidos y no en vivo!
—Sí, antes sí soñaba eso. Hace mucho que no soñaba con él y hasta ayer que pasó eso de la película
—¿Cuál película?
—¡jaja! ¿pues no te parece similar el sueño que tuve y la película de la semana pasada?
—¡Ah...! sí, sí...
Voltee y la miré de perfil. ¡Maldita bola! Llevaba muchas noches viéndola y ahora no me parecía la misma de siempre... ¿o sí? La luz caía de esa manera sobre su nariz y sus ojos. De pronto me sobresalté... no, no, no... no podía ser... maldita bola, no. Yo no siento esas cosas ¿entiendes bola? No... y menos con... no, no, no.
—¡Vámonos!
—¿Qué pasó? ¿estás bien?
—No... digo sí pero... pero...
No podía ya verla a los ojos. Tampoco quería volver a ver la bola. A mi me interesan sus sueños porque es mi amiga. Me interesan los sueños de él porque... pues... pues porque... por la misma razón que uno stalkea a la gente en Google ¿no? Porque quiere invadir la intimidad de la gente. Porque cuando uno desea a otro, lo que quiere es poseerlo. El deseo es una cosa bestial y que nomás despierta nuestras ansias de poder... de poseer al otro. Porque es bello, sí, por eso despierta el deseo... ¡pero eso me pasa con él! ¡con él!
—¿qué tienes? ¿estás enojada?
Al fin la pude ver a los ojos. Estaba asustada (esa bola nomás despierta puros sustos). Entonces comprendí lo que pasaba. La bola no era una lente, era un espejo. Un espantoso espejo que devolvía al lector una imagen de sí mismo que uno mismo no quería ver. Al fin la vi a los ojos, y le dije:
—Quédate en mi casa hoy. Tengo una cosa que debo enseñarte. No me lo vas a creer si te lo digo ahorita. Pero necesito que me digas si estoy loca, si me lo estoy imaginando o si es verdad.
—¿qué cosa? ¡¿qué te pasa?! ¿estás bien?
—Tengo una bola mágica...
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