Esta es la sexta (y un poco desanimada) entrega de los cuentos de la Bola de Cristal.
Apenas se alcanzan a ver nuestras narices iluminadas por la luz trémula que sale de la bola de cristal. Se oyen risitas. Su rostro se enciende, se enciende el mío. Seguimos riéndonos y con las manos sobre la bola.
Bola, bola mágica,
¡enséñame sus entrañas!
Y en la bola surge una figura que camina nerviosa de aquí para allá, de allá para acá. Se desvanece. De nuevo estallamos en risitas nerviosas.
Llevábamos varias horas haciendo experimentos con la bola. Se prendía sola, eso era verdad. A las dos de la mañana la desperté y las dos nos levantamos corriendo para llevarla a la mesa. Si sólo ella ponía las manos, se tornaba violeta, si yo las sobreponía, la bola agarraba un color turquesa. Cuando ambas las pusimos, la bola comenzó a cambiar violentamente de color, hasta que salió el letrero, pero ahora en santo castellano:
Bola lista.
Esperando instrucciones.
No lográbamos ver otra cosa que su figura caminar de un lugar a otro, sin importar qué dijéramos. De pronto algo dijo ella, no recuerdo si fue "bola, quiero verle los ojos" o algo así, y de pronto el volteó. Lo que no podría explicar es cómo, estando una frente a otra, la imagen nos vio a los ojos directamente, asustado, se llevó las manos a la boca, y la imagen se desvaneció.
Lo más sorprendente fue la semana siguiente cuando las dos nos lo encontramos. Al vernos se sobresaltó. Trastabillaba un poco, estaba nervioso. Caminamos unos metros hacia antes de que comenzara a voltear detrás de su espalda.
—¿Qué tienes?
Preguntó ella.
—Nada, nada
Contestó él, nervioso. Y luego de unos segundos, distraído y como sin querer nos dijo que sentía como si alguien lo estuviese viendo, que tenía una sensación absurda de que muchos ojos se posaban sobre él. No a todas horas —¿creen que estoy loco? ahorita no, no lo había sentido, hasta que me las encontré. ¿estaré enloqueciendo?
Ambas nos vimos asustadas. ¿Y si ahora sí habíamos logrado contacto? Toda esa noche estuvimos discutiendo muchas hipótesis: quizás era un espejo de lo que cada una tenía en la cabeza. Terminé confesándole mis temores. Con mucha vergüenza le conté lo que había visto. No, no creo que sea eso. Cálmate. Si eso fuera, ya habría mucha tensión entre nosotras ¿no crees? ¡y menos me lo estarías diciendo tan quitada de la pena ahorita! Pero para saber si viste tus temores o sí lo viste a él, quizás tendría que estar sola yo con la bola para averiguarlo. Porque ¿quién sabe? igual y esa noche él sí soñó conmigo, con mi mano tocándole la barbilla. Y la miré con tristeza y ella me devolvió la mirada con un poco de angustia. Son sueños, me dijo, sólo son sueños. Y así me tranquilizaba siempre, siempre que me derrumbaba y venía y me levantaba desde el piso, como toda la vida. Como desde siempre.
Nuestra amistad mucho tenía que ver con su imagen caminando de un lado a otro. Sólo nosotras nos aguantábamos hablando de él. Y era como una batalla entre caballeros... o entre damas, digámoslo. Sabíamos que al final aquello terminaría a muerte. Alguna vez ya nos habíamos puesto el pie en esa carrera hacia ningún lado que significaba él.
¿Que te miran? ¿que te mira quién?
Le pregunté, pero me miró arrepentido de haber dicho eso. No sabía que hacer. Comenzó a hacer aire y cayeron algunas gotas de agua. Los tres apresuramos el paso y corrimos hacia la puerta para protegernos de la lluvia.
—¿Y esa sensación te angustia?– le preguntó ella
—¡Pues sí! Si no fuera así nos habría visto con alegría— respondió la idiota de mi, y los dos se me quedaron viendo. Ella con ganas de meterme una patada, y él sorprendido y, ejem, digamos, como si acabara de captar algo... o literalmente, de capturar algo. Lo sentía aferrado a mi yugular, por decir lo menos.
—¡Pues sí! ¿no? si nosotras te evocamos ese sentimiento, y hubiera sido una sensación alegre, pues...
Pero la campana me salvó. O la lluvia: comenzó a caer con tanta violencia que tuvimos que movernos hacia atrás.
—Fue a las tres de la mañana
Dijo ella. Y él y yo la miramos boquiabierta. Luego voltee a verlo. ¿Vio la hora? ¿a caso esa sensación lo despertó y lo hizo voltear a ver la hora? ¿Y ¡ahora quién era la idiota!? Comenzó a granizar. La puerta del edificio estaba cerrada. Los tres comenzamos a apiñarnos contra la pared.
—Sí, como a las tres de la mañana... y luego, cuando las vi.
—¿Y antes no te había pasado?
Ella mi miró furiosa. Pero ¿qué estaba tramando ella? ¿cómo carajos le iba a leer la mente?
—No
Dijo él. Los granizos comenzaban a golpearnos los pies.
—No— dijo ella. —Antes la que lo sintió fui yo. Tu maldita bola sí funciona. No refleja nada. Sí es un lente.
—¿De qué están hablando? ¿cuál bola?
Un tronido potentísimos y una luz enceguecedora nos hizo callar: frente a nuestros ojos un árbol acababa de recibir un rayo. Los tres brincamos y nos pegamos lo más posible contra la pared de la puerta cerrada. Él extendió los brazos como para protegernos. Una rama en llamas comenzó a desprenderse y adivinamos su trayectoria. Los granizos no paraban, pero si no nos movíamos de ahí... Él nos tomó de las manos y comenzó a correr mientras nosotras íbamos gritando por los golpes de los granizos. Fue cosa de segundos: al alcanzar la puerta del edificio de enfrente vimos cómo la rama cayó justo donde habíamos estado.
—Lo único que me queda claro, — dije con la voz entrecortada por el esfuerzo —es que esa pinche bola no predice el futuro.
—¡¿Qué bola?! gritó él...
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