Una campanilla suena muy lejos. Me suena tremendamente familiar pero a la vez muy lejana. ¡Ya sé! ¡es la campanilla del antiguo horno de microondas de mi abuelita Berta!. Me tardé mucho tiempo en dar con el recuerdo, sólo sabía que, de cierto, era algo muy propio, muy mío. Muy real. Últimamente todo lo que me rodea como que se escurre al rededor mío. Como si fuera un sueño, una película a la que no le estoy poniendo atención del todo. Nada es sólido, todo se deshace. La cotidianidad se me perdió en algún momento y no logro volver a echar alguna raíz que la recupere. Ando como fantasma, como flotando. Incluso aquellos tiempos en que disfrazaba el deseo de un mundo de fantasía, tenían mucha más realidad que estos días donde vivo a medias. Donde nada tiene, digamos, sentido.
Me siento verde. Mi casa no es ya mi casa. Como si la sangre se hubiera escurrido toda. Me extraña no verme más pálida. Ely me sacó una foto: podría jurar que era pura transparencia. No identifico a la sombra que se interpone entre su ojo fotográfico y la pared. Y, sin embargo, la foto es prueba de que existo todavía. Y, quizás, es que lo que me dotaba de existencia era la solidez de lo cotidiano. Y ya nada es cotidiano. Todo es un mientras tanto. Y así duermo poco y, con todo, el tiempo se escurre rápidamente.
***
Con todo, tengo algunos puntos que me fijan a la tierra. Paco viene a ayudarme con Chupacabras. Lava su ropa acá mientras nos fumamos un cigarro cada quién, y hablamos de si Agostino es albertista, de cómo Antígona Ifigenia Yocasta Crayolita (su gata) es en realidad la gata de Tulio, su gato, no de él. Luego voy a cenar con Ely y comenzamos a hablar de nuestro tema pero, últimamente, ya no nos dura ni el primer refresco, y terminamos sumidas en Analíticos Posteriores B, 19 (pláticas de viejas, al fin), o de ¿por qué una se enfurece con las rivales y no con el objeto de deseo? a propósito de un sonadísimo caso que terminó con una cacería de psiquiatras dentro del a biblioteca del IIFs. Concluímos en el machismo del Antiguo Testamento y como el Evangelio es más igualitario: el mandamiento dice "no desearás a la mujer de tu prójimo". No dice "no le pondrás el cuerno a tu mujer", ni "respetarás la virtud de la mujer ajena". En cambio el Evangelio habla del adulterio: adúlteros los dos, parejo. Pero, en el fondo, le digo, el instinto de poseer al otro hace que veamos a los rivales como ladrones. La Biblia la escribieron varones, pero lo mismo habría dado que la escribieran mujeres: los insultos más duros nos los hacemos contra nosotras, justo porque quitarnos a un hombre es meterse con nuestro patrimonio. Y ¿cómo pasamos de ahí a la distinción entre la esfera de la causalidad física y la esfera de la libertad racional? ¿a Davidson? No sé: la conversación anterior nomás demostraba que tal división es ilusoria...
Tengo, todavía, algunas ligas al mundo. Ely y Paco, y mi mamá. Y mis gatos. Quizás me estoy desconectando del mundo porque la Chupacabras está sufriendo mucho. Y he decidido que venga la veterinaria a la casa: sus últimos momentos no serán de terror. Ni cuenta se debe dar. Debe irse, así, tranquilamente. Y me recuerda mi mamá a Bataille y me explica que, si de pronto mi cabeza se ofusca con la fantástica silueta del Caballero Negro, es porque, ante la muerte, las fuerzas eróticas tratan de rescatarlo a uno. Así, más o menos, así.
***
Me recuesto dispuesta a ver Pulp Fiction. Mi cabeza no da más. Fue un día pesado y, con todo, avancé muchísimo con Averroes. Y justo antes de prender la película, pienso que la pareja es eso: lo cotidiano. La realidad. Por eso reventar esos vínculos es casi como perderse: se diluyen las campanillas del horno de abuelita, de lo cotidiano. Pero ¿y si consigo reconstruir mi día a día sin necesidad de otro? Una angustia negra se me trepa por la garganta. Y entonces sólo pienso: siempre podré borrarme. Y no será gran tragedia. En cuanto pierda la última ancla hacia la tierra, cortar la respiración será lo de menos...
***
Cuando tenía cuatro años, mi hermano nos dijo: "Todos llevamos la muerte por dentro". Volteamos sorprendidísimas Aurora, mi mamá y yo. Y ante nuestra cara de desconcierto, el niño dijo: "Pues sí, miren las radiografías". Se refería al esqueleto.
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Con todo, tengo algunos puntos que me fijan a la tierra. Paco viene a ayudarme con Chupacabras. Lava su ropa acá mientras nos fumamos un cigarro cada quién, y hablamos de si Agostino es albertista, de cómo Antígona Ifigenia Yocasta Crayolita (su gata) es en realidad la gata de Tulio, su gato, no de él. Luego voy a cenar con Ely y comenzamos a hablar de nuestro tema pero, últimamente, ya no nos dura ni el primer refresco, y terminamos sumidas en Analíticos Posteriores B, 19 (pláticas de viejas, al fin), o de ¿por qué una se enfurece con las rivales y no con el objeto de deseo? a propósito de un sonadísimo caso que terminó con una cacería de psiquiatras dentro del a biblioteca del IIFs. Concluímos en el machismo del Antiguo Testamento y como el Evangelio es más igualitario: el mandamiento dice "no desearás a la mujer de tu prójimo". No dice "no le pondrás el cuerno a tu mujer", ni "respetarás la virtud de la mujer ajena". En cambio el Evangelio habla del adulterio: adúlteros los dos, parejo. Pero, en el fondo, le digo, el instinto de poseer al otro hace que veamos a los rivales como ladrones. La Biblia la escribieron varones, pero lo mismo habría dado que la escribieran mujeres: los insultos más duros nos los hacemos contra nosotras, justo porque quitarnos a un hombre es meterse con nuestro patrimonio. Y ¿cómo pasamos de ahí a la distinción entre la esfera de la causalidad física y la esfera de la libertad racional? ¿a Davidson? No sé: la conversación anterior nomás demostraba que tal división es ilusoria...
Tengo, todavía, algunas ligas al mundo. Ely y Paco, y mi mamá. Y mis gatos. Quizás me estoy desconectando del mundo porque la Chupacabras está sufriendo mucho. Y he decidido que venga la veterinaria a la casa: sus últimos momentos no serán de terror. Ni cuenta se debe dar. Debe irse, así, tranquilamente. Y me recuerda mi mamá a Bataille y me explica que, si de pronto mi cabeza se ofusca con la fantástica silueta del Caballero Negro, es porque, ante la muerte, las fuerzas eróticas tratan de rescatarlo a uno. Así, más o menos, así.
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Me recuesto dispuesta a ver Pulp Fiction. Mi cabeza no da más. Fue un día pesado y, con todo, avancé muchísimo con Averroes. Y justo antes de prender la película, pienso que la pareja es eso: lo cotidiano. La realidad. Por eso reventar esos vínculos es casi como perderse: se diluyen las campanillas del horno de abuelita, de lo cotidiano. Pero ¿y si consigo reconstruir mi día a día sin necesidad de otro? Una angustia negra se me trepa por la garganta. Y entonces sólo pienso: siempre podré borrarme. Y no será gran tragedia. En cuanto pierda la última ancla hacia la tierra, cortar la respiración será lo de menos...
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Cuando tenía cuatro años, mi hermano nos dijo: "Todos llevamos la muerte por dentro". Volteamos sorprendidísimas Aurora, mi mamá y yo. Y ante nuestra cara de desconcierto, el niño dijo: "Pues sí, miren las radiografías". Se refería al esqueleto.
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