27 septiembre 2012

Del efecto terapéutico de la saliva de gato (cuentito)

Cuentito.


Cerrar los ojos sobre tu ancho pecho, oír solamente el ritmo de los latidos, del aire que entra y sale y mece mi cabeza, adormilándola. Asir no el cuerpo sino el espíritu, sin flexionar los brazos ni apretar los nudillos para que no te vayas.

Pero despierto –porque he aquí que era un sueño– y entre los dedos tengo la almohada y el ronroneo del gato. El gato y su ronroneo es la lidocaina precisa para despertar en un lecho vacío. Hay a quién decirle ¿con quién crees que soñaba? y sonreír cómplice. Paso mi mano sobre su cabecita y lomo y él me lame la nariz para que cumpla mis obligaciones alimenticias. 

¿Croquetas o Whiskas? La pregunta es ociosa: basta que reconozca el sonido de la lata abriéndose para que se disparen una serie de maullidos histéricos. Limpiar aquí, poner a hacer el café, prender el bóiler, mirar el reloj: mejor apagar el bóiler, me negaba a despertar y abandonar el sueño, y el tiempo cobra factura. 

¿Tender la cama? Es algo así como borrar la huella de lo sueños, pero evita que las sábanas se llenen de pelos de gato. Al colocar las almohadas y oler solamente mi shampoo y la crema de coco, entrecierro los ojos y descubro la clave del éxito de este amor: ignoro el olor que dejarías impreso en la memoria de algodón puro, 200 hilos, satinado... regalo de mamá. 

Me despido de los gatos, cierro la puerta dando tres vueltas a la chapa y salgo a la calle. Y me voy pensando en que no es la falta de piel, sino de olor lo que me mantiene a salvo, y deja que el amor sea absolutamente generoso, sin pedir nada, o casi nada que no es lo mismo, pero es igual. Porque, es verdad, hay olores que arranqué de la cama tirando a la basura las sábanas, y permanecen. Y permanece el resentimiento, el odio y el abandono. Pero aún a las horas del amor carnal y nada platónico, viene el ronroneo y el maullido, lidocaina para las penas de amor. 

Me gusta amarte así, en imágenes visuales y a la distancia de los seguros fantasmas. Así me gusta amarte... pero si se abriera la puerta hacia el abismo de los olores, sin dudarlo e imprudente, daría el paso y me despeñaría en tí, fantástica silueta. Porque ya sangrante y en el fondo del abismo, vendrían los ronroneos y una lengua rasposa y felina curaría mis heridas y aliviaría el dolor con su lidocaina.

(te quiero)

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