24 septiembre 2012

Dresden, de Vonnegut



Mis devaneos con Dresde comenzaron con una serie de inferencias que terminaron en la novela Der Turm de Uwe Tellkamp. Quienes me conocen en persona, saben a qué me refiero. Pero Dresde, descubrí, es mucho más: es la Florencia del Elba. Y escribí un cuento (uno de mis cuentos favoritos). En aquellos tiempos mis pesquisas literarias comenzaron con Der Turm pero tenían una escala obligada: Matadero cinco de Kurt Vonnegut. Después de dos años, hoy la terminé de leer. Digo, no me tardé dos años en leerla... pero casi. Y hoy, en el microbús rumbo al trabajo, di cuenta de las últimas treinta páginas. Y sí, lloré un poquito (lo que permiten los microbuses en la mañana) cuando leía cómo los soldados abrían fosas y encontraban los refugios antibombas llenos de cadáveres petrificados... más bien, carbonizados.

Como saben, no he terminado con Der Turm: es enorme, y tiene una parte selvosísima donde le da por filosofar a Uwe (y se nota que el gen a él no se le dio). Pero, con todo, expresa su opinión sobre el bombardeo. Y lo que me sorprende tremendamente es la actitud "Brecth" de mea culpa mea culpa con que trata el asunto, mientras que para Vonnegut, gringo prisionero de guerra que, de suerte, se salvó, no hay justificación alguna para ese destrozo tan vil. No es sólo que, como él dice, comparado con Illinois, Dresde era la cosa más extraordinaria jamás vista (porque, cuenta, él sólo había visto Illinois), sino porque sabía que Dresde estaba llena de refugiados. Hace mucho énfasis en que murió casi el doble de gente que en Hiroshima: 130 mil y pico contra los 75 mil de la bomba atómica. Hace énfasis en cómo todos le restan importancia. Claro: Vonnegut está escribiendo contra la guerra de Vietnam, y así termina la novela, haciendo énfasis en ello. Le quiere quitar el halo mítico y épico a cualquier guerra, incluyendo ésa que es la fundación del USA moderno.

Y, dicho sea de paso, antes de acabar de leer Matadero cinco terminé con la Insoportable levedad del ser. Y me da un poco de no sé qué que Kundera diga cómo los checos no se pusieron a reconstruir sus ciudades como sí lo hicieron los alemanes, como para compadecerse más y más de su sufrimiento. También Vonnegut hace mucho énfasis en cierto espíritu absolutamente estoico de los alemanes, del deber por el deber: los hosteleros de las afueras de Dresde tiene listo el hostal aunque saben que quizás nadie llegue porque Dresde es un paisaje lunar. Y llegan los prisioneros gringos. Y los atienden con toda consideración, les desean buenas noches, aunque saben que fueron los otros gringos los que acaban de volver una yerma luna a la Florencia del Elba. 

Yo quiero ir a Dresde. Ya lo saben. Sólo la conozco de las descripciones costumbristas de Uwe Tellkamp y de las imágenes de Google Images. Me la imagino, con todo, como una cajita de música gigante, donde los mecanismos hacen que, a la misma hora, suenen todas las campanas. Me la imagino inmensa y dorada, como la canción describe Jerusalén. Tanto me la imagino, que alguna vez cree un personaje. Lo inventé sólo a él. Era una niña cuya biografía de Facebook dice: "Nací en una ciudad que nunca vi". El destino hizo que ese "personaje" se volviera ahora mi cuenta oficial de FB (lo que me permite estar ahí adentro haciendo funcionar las páginas de Adopta un filósofo antiguo y/o medieval y participando en el grupo homónimo, sin los espantoso conflictos de ese Big Brother que se han vuelto las redes sociales. 

Todavía hace tres semanas mucha gente se sorprendía al saber que ese personaje ¡era yo!. Yo nunca pretendí ocultarlo (a mis conocidos no, pues). Al último que me preguntó (ejem... el señor Demiurgo) le dije ¿pero qué no se te hacía muy raro que ella trabajara Alberto Magno?... 

Pero esa era la historia de ese personaje, experimento literario del que tuve que abusar: había nacido en Dresde pero jamás la había visto. Y toda su vida era tratar de imaginar cómo sería aquella ciudad. Y un día llegaría. El día en que yo llegue, y la pueda describir. 

Como siempre y con gran regocijo, un abrazo a Felicidad Batista que no me abandona. Y me despido: tengo que ir a seguir construyendo el puente hacia Dresde: la tesis. Y todo lo demás. 

Dedicado este post a mi dresdense favorito que me enseñó que Alemania es un pueblecito en Colombia:

Esponjita

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