Cuando la tesis se atora
sólo queda un remedio:
forzarse a escribir,
cualquier cosa.
Hoy urge...
¿Conocen a Roy Batty? Es un personaje tanto de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? como de su adaptación cinematográfica Blade Runner. Yo primero vi la película y luego leí la novela. Entonces mi desprecio por Philip K. Dick se volvió absoluto y amé a Ridley Scott perdonándole incluso lo que de Alien tiene Prometheus. Dick, con algún tipo de trauma teológico, está obsesionado con la empatía humana: hay, según él, humanos no empáticos capaces de destruir el universo entero a causa de poseer solo inteligencia. La empatía la analoga a toda emoción humana y, en cierto sentido, sería una oveja sin estimativa, incapaz del cariño. Sí, me enteré de la existencia de la novela cuando yo andaba buscando ovejas abajo de las piedras... y las tapas de cada libro.
El Roy Batty de Dick es un tipo grotesco por dentro y por fuera. Algo de racismo y clasismo hay en los caracteres grotescos que le pone a su fisonomía, y no deja de ridiculizar su deseo por querer sentir qué es sentir como humano. Y, sobre todo, aquello de lo que carecen los replicantes de Dick es de un deseo genuino por vivir. Se dejan matar cuando se ven realmente acorralados, y la Rachel de Dick es una puta justamente porque es incapaz de la empatía. Pero, ustedes saben, la Rachel de Scott ama como loca a Deckard y el Roy Batty de Scott y Rutger Hauer es perfectamente hermoso: por dentro y por fuera, su ira contra Deckard proviene de haber matado a su amada Pris, y al final le perdona la vida a Deckard. Y a lo que vinieron a la tierra en la película es a luchar por su vida hasta el último suspiro.
A veces he pensado que los replicantes de Dick son los zombies filosóficos de Chalmers, los de Scott, el contraargumento. Pero eso no es cierto, porque eso sería analogar la simpatía y nuestras emociones gregarias con la consciencia, y ni siquiera eso trata de hacer Dick. Él trata, más bien, de caracterizar el "corazón" humano con esa gastada distinción "razón/emoción".
En el fondo tengo una fortísima intuición contra los zombies filosóficos de Chalmers: basta la configuración física para que "aparezca" la consciencia, no hay más. Seamos honestos: yo nada más leí las conferencias de Kripke, y me releí como 4 veces el pedacito donde, casi con la indignación de Einstein cuando dijo que Dios no juega a los dados, declaró que, para hacer la consciencia Dios tuvo que haber trabajado un poco más, que es una propiedad que no está ligada necesariamente con la configuración del cerebro. Luego nos dice Chalmers que, parándose de cabeza con la tal semántica y metafísica de mundos posibles, demuestra que hay un mundo posible donde los hombres no tienen consciencia, y no falta el imbécil que diga que ese mundo es éste, y que los tales zombies son los animales.
Bueno, vamos. Si ya Galeno trataba de separar al alma racional del cerebro a pesar de mostrar con experimentos clínicos que, al sufrir daño el cerebro, sufrían daño las capacidades cognitivas ¿cómo acusar de insensatos a los "dualistas supervinientes"? Yo, en todo caso, creo que la investigación más difícil es ésa: la naturaleza de la consciencia. Por más que lo intenta no puede explicarse a sí misma. O mejor dicho: no puede verse a sí misma. Puede hacer fenomenología de sí y describir como se siente ser consciencia y luego puede ponerse frente a sí y describir sus dendritas y neurotrasmisores, pero explicarse a sí misma implica revolverse sobre sí de una manera que todavía no se le ocurre cómo.
Hay una palabra muy bonita en inglés que no hallo como traducir en español: gap. Ni "hiato", ni "salto", ni "resquicio" ni "brecha" me parece que le queden bien. "Huequito" se me ocurría, pero se oye raro "Historia de la filosofía sin huequitos". Y ¿cómo decir "el huequito de la consciencia"?. Pero es eso lo que buscamos: trazar un puente entre el cerebro y sentir lo que se siente tener consciencia. El hiato entre describir a la primera persona desde la tercera. Entre describir y lo descrito.
Agustín, en De Trinitate, trata de dar sentido a la sentencia bíblica de que el hombres está hecho a imagen y semejanza de Dios. Y, como cristiano, se le ocurre que ser imagen es ser trino. Así que el alma debe tener una estructura que sea trina y una a la vez. Y se sirve de la psicología estoica para lograrlo. Entonces, primero en Confessiones y más detalladamente en De Trinitate divide el alma en Intellectus, Memoria y Voluntas. La Memoria es donde se encuentra almacenado todo conocimiento, no sólo los recuerdos, sino todo contenido incluyendo el semántico. Pero lo genial viene en la siguiente distinción: el intellectus es como el ojo que mira, y la atracción que siente ese cuasi ojo hacia lo visto, es la voluntas. De tal suerte que, en De Trinitate XII se pregunta si el intellectus se puede ver a sí mismo.
Si no pudiera hacerlo, entonces no habría un verdadero conocerse a sí mismo, pero para poder hacerlo tendría que poder ponerse ante sí mismo, como si fuera contenido de la Memoria para observarse. Entonces inventa una cosa espantosa: dice que el intellecto al no ser un 'ojo carnal' posee la maravillosa y ad hoc deus ex machina propiedad de la bilocación: se puede poner frente a sí porque, al no estar constreñido por las leyes físicas, no tiene conflictos en andar viéndose así mismo. #Fail. Agustín acababa de dar con el "Yo" trascendental, y lo tira a la basura porque le resultó muy espantoso (igual tiró a la basura su teoría sobre el tiempo de Confessiones XI, afortunadamente no la borró, y fue copiada, amorosamente, durante mil quinientos años para que ustedes la lean traducida a castellano, en la BAC, en www.augustinus.it)
Pero no sólo Agustín, sino Hume y Kant dieron con la característica central del yo: que le es imposible verse a sí mismo. Quizás la fenomenología de la mente más reciente haya descrito con mucho más precisión qué es eso que no puede tornar y verse a sí mismo. Con fenomenología no me refiero a la Fenomenología husserliana solamente, sino también a la Filosofía de la Mente anglófona cuya fenomenología, si no digo acá una barbaridad, mucho tiene de fenomenología del lenguaje. Y, bueno ¿qué es eso? La consciencia. Así llaman al yo trascendental y su estructura. Y si tomamos las palabras de Agustín y su descripción del intellectus que es eso que atiende, y vemos el latín donde dice: intende, entonces sabemos que todos buscan lo mismo: una teoría de la intencionalidad, donde, en algún momento, brille la presencia del clavo aquél, vacío de todo, donde se cuelgan y unifican todos los estados mentales.
... y su relación con el cerebro, es decir, buscan la naturalización de la intencionalidad y la consciencia. Hoy leí un bonito artículo en el NYTimes sobre el significado de naturalismo en filosofía (púchele aquí). (btw: ¿por qué acá ningún filósofo sesudo escribe cosas sesudas en La Jornada/Milenio/El Universal/Reforma/Whatever...). Si ustedes echan un vistazo histórico sobre la historia del dualismo mental desde Platón hasta nuestros días, descubrirán que éste surge como la salida fácil nunca como un punto de partida. Aristóteles es obscuro y abstruso al respecto. Los neoplatónicos son muy naturalistas porque su ontología se los permite: el problema es que es una ontología que exige demasiados compromismos ontológicos. Las abstrusidades de Aristóteles harán al siglo XIII totalmente dualista, y eso les generará tremendos dolores de cabeza porque el aristotelismo no lo permite. Primero la cogitativa y luego la glándula pineal tratarán de hacerla de puentecito entre las fenomenologías internistas y las externistas de la mente. Y el siglo XX amanece con un positivismo que, por más que lo intenta, no puede zafarse la primera persona del singular. Pero los neoplatónicos sabían cuál era el papel del cerebro y los nervios y se tomaban muy en serio a Galeno, no se diga los árabes y escolásticos del XIII, y que Descartes ande hablando de la glándula pineal pues...
¿Qué es entonces naturalizar a la intencionalidad y la consciencia? Después de Ramón y Cajal, cuando al fin comenzó a develarse poco a poco la verdadera naturaleza del cerebro, la cosa no mejoró mucho del lado de la consciencia y la intencionalidad. Sigue habiendo algo que no se deja ver, pero que es aquello que ve. Aunque ya sepamos a qué horas surge el sistema simbólico en los niños (según recuerdo entre los 10 y 12 meses, y que es el inicio de la generación del lenguaje), no sabemos qué carajos es.
De todo esto, lo único cierto es que tiene que seguirse trabajando desde los dos lados del gap: por ejemplo, desde la neurología y desde la lingüística. Si descubrimos un isomorfismo entre ambas, el material para construir el puente será mucho y será más seguro, pero aún, creo, nos seguirán faltando los planos. Por otro lado, si Chalmers tiene razón con su ontología cuasi-dualista eso sólo nos permitirá tener un argumento robusto de porqué no hay que sentirnos tan culpables de volver a tomar la salida fácil y declararemos simplemente que el gap es insalvable y no hay puente capaz de reconstruirlo.
En todo caso, hay un problema metodológico en el fondo de todo. Queremos que un espejo de carne nos devuelva una imagen de espíritu. Y no me siento culpable de no tener la más pinchurrienta idea de cómo hacerlo, porque mal de muchos...
Cuando el holandés Rutger Hauer pone en los finos labios de Roy Batty el monólogo improvisado sobre la angustia por lo efímero, son el yo de Rutger, el de Scott, el de los espectadores y el de Harrison Ford, quienes compadecen el "yo" ficticio de Batty, que se duele por esfumarse, pues son sus experiencias de las naves en los hombros de Orión y los C-beams brillando en las puertas de Tannhäuser las que se extinguirán. No las naves ni las puertas. Son nuestros yo los que se compadecen de su ficticia e invisible consciencia...
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