20 febrero 2013

Los agachados

Esta ciudad es un fraude... o bueno, más o menos.

Sus vías son rápidas y espaciosas. Ante la insuficiencia, se hicieron más vías, más rápidas y más espaciosas. Pero ¿y si uno no quiere usar carro?

Vamos a suponer que usted es un hipster-chairo-ecologista o whatever. Entonces decide portarse muy europeo y usar el transporte público. O la bicicleta, da casi lo mismo. Y ¿qué descubre? Que sin querer ha entrado al submundo de la población que se deja maltratar y cuyo único alivio es ser una enorme masa de población pasivo-agresiva, incapaz de defenderse de la autoridad a la cual mantiene. 

Ésta de la que hablo es una población acostumbrada a los abusos de los microbuseros: a que anden a la velocidad que les viene en gana: o muy lento o demasiado rápido. Además sus camiones son de todo infrahumanos, sobre todo los antiguos microbuses que siguen circulando por la ciudad (y yo sé que tienen muy mala memoria, y olvidan que quien le dio cran al sindicato de Ruta 100 fueron los ahora perredistas de Camacho Solís y su secretario de gobierno, Marcelo Ebrard. Sé que tiene mala memoria, porque votaron por el segundo). 

Es también una población que no tiene manera de reclamarle a algún político el jugoso negocio que se le ocurrió al transformar la estación de El Rosario (líneas 6 y 7) en una gran plaza comercial. ¿Cuál es el problema? Que algún arquitecto mercadólogo se le ocurrió que era una excelente idea obligar a los usuarios de la estación, para entrar y salir de los andenes hasta el paradero de microbuses y camiones, a pasar por toda la maldita plaza. Si algo quita muchísimo tiempo y energías al andar en el rápido metro, son los largos transbordos. Cuando es la geografía de la ciudad la que obliga a hacerlos (como el tortuoso transbordo de la Raza, o el de Ermita), bueno... pero ¿por razones imbéciles como obligar a la gente a pasar todos los días por una mueblería barata, un centro de atención Telmex y una estúpida zona de comida rápida con precios lentos? TODOS LOS DÍAS la gente se ve obligada a recorrer más de 200 metros de su vagón del metro a su camión. Y, por supuesto, desde el paradero de los camiones hay que subir una serie de escaleras no-eléctricas. 

Usted, como chairo-hipster-whatever debería sentirse indignado. O quizás se siente muy indignado. Pero el 90% de la población toma aquello como un merecido castigo por ser una bola de jodidos. Y lo asume, sumisamente, y guarda rencor y odio... y los más estoicos toman las decisiones caprichosas del gobierno como negro fato contra el cuál no puede hacerse nada. 


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El día que ocurrió lo del trovador detenido por los policías en la línea 12 del metro, la gente que pasaba por ahí reaccionó violentamente contra la policía. Muchos los llamaban rateros, ladrones, mantenidos, etc. Lo curioso es que, efectivamente, los policías estaban cumpliendo su trabajo. Es verdad: es arbitrario que la ley sólo se cumpla en la Línea 12 de metro y no en la 2, donde uno tiene que soportar a los vendedores de música y a sus mafias. Pero eso no justifica que la ley, por ello, deje de cumplirse en ese resquicio donde sí se cumple. 

Pero la gente no lo ve así. La gente ve al gobierno como un fato, como un destino maldito que hay que soportar continuamente y del cual hay que estarse defendiendo a mordidas (literales, no sólo metafóricas), patadas e insultos. La gente se siente, perpetuamente, en una guerra selvática contra sus elementos naturales, y no siente que haya más modo de defenderse que reaccionando animalmente. Y lo digo por lo siguiente: 

Un señor llegó y, a la esposa del pobre hombre golpeado (por el jaloneo de la multitud, no porque lo hayan tundido con toletes), le dio un billete de 200 pesos sin pensarlo. Véanlo en contexto: es un señor que viaja en metro, de mediana edad y con ropa formal pero gastada. Fue un acto de generosidad. Y no sólo por la cantidad sino por la inmediatez. Fue un acto de profunda solidaridad. No podía hacer más: seguramente tenía que ir a atender sus asuntos, su familia, o vayan ustedes a saber. Vio a la joven madre con los ojos llenos de lágrimas y un tremendo problema y, sin hacer ruido, le dio 200 pesos. Y se fue. 

En mayor o menor grado, la gente se dividía entre la que quería ir a partirle la madre a los policías, y la que quería auxiliar a la joven familia del trovador. Los segundos, por genuina solidaridad. Pero por solidaridad ante un destino negro y del cual nadie puede defenderse. Porque en ese momento nadie supo si llamar a los medios, a la CDHDF, levantar una denuncia, o qué. O simplemente no volver a votar por el PRD. No. La gente sólo se defiende de un estado irracional al cual asume. 

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El DF tiene un nivel de educación básica y media básica mucho menor que el de muchos estados del país. Ello hace evidente que la razón no es la falta de recursos económicos. Si no es eso ¿por qué no dotar a las escuelas de más maestros, y que cada uno, por grupo, sólo atienda a 20 muchachos? ¿30 máximo? ¿por qué no dotar a las escuelas de un sólido sistema de tutorías? Los maestros no son el problema. 

En la escuela donde trabajo, que cubre educación básica, básica-media y media-superior, trabajan maestros que doblan turnos en escuelas públicas en la tarde. En mi escuela, los profesores son vigilados en todos los sentidos: se les ofrecen tutorías y apoyo para que lleven a cabo su trabajo de la mejor manera. Si son los mismos maestros ¿qué es lo que falla en la educación pública, si tampoco es un asunto de recursos?

Y, creo, la clave está ahí. En el DF, al hallarse junta la población con mayores ingresos, también se halla la mayor concentración de buenas escuelas privadas. Así que, la conclusión, es la misma: si no tienes recursos para meter a tus hijos a una escuela privada, es tu culpa que tengan una educación pésima. La educación pública, en su mayoría, es vista como un castigo a la falta de éxito económico. Y por ello la población misma no exige mejoras en la calidad educativa de la educación pública. 

¿Por qué esa gente que tiene dinero para invertir en la educación de sus hijos, no exige que la educación pública sea de alta calidad? ¿Por qué, en vez de invertir su dinero en altas colegiaturas, no participa activamente en la construcción de una educación pública de calidad, aportando y exigiendo para que éstas mejoren? 

Claro, la pregunta más sensata es ¿por qué la población que no tiene acceso a la educación privada, no defiende su educación pública? ¿Por qué no exige resultados de sus escuelas públicas? ¿por qué no evalúa a sus maestros, a sus instalaciones, a sus directivos?

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Quizás del clasismo, la culpa no la tengan los que discriminan, sino quienes se dejan discriminar. Quienes, agachados, aceptan el castigo por no merecer.




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