21 febrero 2013

Muy ojona para paloma

Seguí leyendo El mago de Oz (es mi lectura de baño, pero como mi intestino está muy sano, voy avanzando muy lento). Y tiene un detalle que no está en la película: todos en Oz están obligados a llevar lentes verdes. Ok: es un cuento sobre el punto de vista. Porque, además, en el libro el espantapájaros, el león y el hombre de hojalata están necios frente a Oz de que necesitan cerebro, valentía y corazón respectivamente, aunque Oz ya le echó el rollo de la película, de que cada uno posee esas cualidades sobremanera. Lo más gracioso de todo es que al espantapájaros le hace un cerebro lleno de agujas para que sea muy agudo. Pero lo que más me gustó, y casi lo agarro de epígrafe para la tesis, es que al León le da algún bebedizo (asumo que Whisky) y le dice: 

–Tómatelo rápido, porque sólo dentro de tí se llamará valentía; porque la valentía es algo que se dice que está adentro de nosotros. 

Luego tuve una tremenda disputa sobre qué es el psicoanálisis en Twitter... y perdí mucho tiempo. Pero me quedó una duda: vamos, quienes la padecemos, sabemos que la depresión es justo eso: una especie de lentes que hacen que todo parezca espantoso y el mundo negro y sin chiste. Bueno... pero ¿y si no sólo son los neurotransmisores sino otra cosa? En Twitter todo mundo se me aventó explicándome que el psicoanálisis no cura, resignifica. ¡Achis! sí, sí... esa estratagema la inventó Agustín: se trataba de resignificar su vida en las Confessiones, de resignificar la historia de Roma en De civitate Dei. Vale, pues sí: cámbienle la narrativa, que sus recuerdos dejen de ser angustiosos y se vuelvan bonitos. ¡Sí! ¡Órale! ¡Cuéntenle el cuento como después de que Sherlok Holmes explique cómo todos los efectos fueron atribuídos a causas equivocadas!. Chido. 

Pero luego sube la bilis negra por el cuerpo, la atrabilis, y todo lo pone negro. Y basta la música precisa, la dosis de café, la correcta cantidad de sueño, o una enorme pizza llena de carbohidratos restauradores, para que aquella negrura se disipe. Se pone uno los lentes correctos, o se los quita. 

Me quité mis hermoso anteojos rojos y me puse unos pedacitos de plástico, sin chiste y demasiado pequeños... sobre las córneas. Llámenseles lentes de contacto. Y ahora todo se ve más grande y veo hasta muy lejos... y me siento rara... sobre todo los primeros 10 minutos fueron espantosos: mis ojos no sabían cómo hacer para enfocar, porque con los anteojos, como todo es más pequeño, la separación al enfocar, cambia. 

Pero me estoy acostumbrando... obra maravillosa del cuerpo, mecanismo finísimo, que calcula y recalcula para generar eso que, nosotros e ingenuamente, llamamos hábito... y que ingenuamente nos atribuímos a nosotros mismos y no a nuestra extraordinaria maquinaria. 

No hay comentarios.: