15 marzo 2013

Despacio que llevo prisa.

Parece que todo se trataba de aprender a masticar la comida. De un tiempo para acá me di cuenta de lo rápido que comía. Al principio eso me dio mucho gusto: ¿cuántas veces Daniel terminaba tan rápido su plato y yo a penas iba a la mitad? Se desesperaba, se levantaba de la mesa y se iba a ver la tele. Así que cuando descubrí que podía comer rapidísimo sentí un orgullo oculto, como si hubiera adquirido una súper habilidad. Lo mismo al caminar por la calle: Daniel siempre iba rapidísimo, y yo tenía a veces que pegar una carrerita para alcanzarlo. O me empujaba por la espalda porque yo iba demasiado lento. Ahora no, ahora yo dejaba atrás a mi mamá, o a mi hermano, o a cualquiera: ahora los lentos eran todos los demás, no yo. 

Tienes que masticar más lento la comida

me dijo mi papá. ¿Que porqué? Que para aprovecharla mejor. ¡Vamos! Entra igual al tracto digestivo, no importa cuánto haya yo mascado y mascado el bolo alimenticio. Fuera diferente si los seres humanos efectuáramos, al nivel de la boca, algún tipo de cambio químico sobre ella, pero no, no es el caso: nuestra anatomía resulta aburrida. Además, los felinos tragan rápido porque el trabajo lo hace el estómago. Las vacas tienen muchos estómagos y rumian porque comen celulosa. Si nosotros estamos en un punto medio y, encima de todo, descubrimos el fuego ¿qué necesidad de tanta burocracia? Traguemos, como las bestias, los felinos, los perros. 

Llega entonces un día en que vamos a comer algo que me gusta sobremanera ¿qué era? Alguna tontería, sushi o alguna cosa frita. Sí, era algo frito, con cátsup y mayonesa cuya combinación me hace especialmente feliz. Entonces me descubro a mi misma comiendo despacio sin querer que aquello se acabe. Es la primer comida en meses, descubro, que disfruto: que no como sólo para desaparecer la incómoda sensación de hambre. Es la primer comida en que no asumo que, si no me sabe a nada, ha de ser por el cigarro y ¿para qué lamentarse? La disfruto. ¡Hacía tanto que no disfrutaba comer!

Paco me dice que deje de vivir en el futuro. Que haga lo que estoy haciendo porque es mi presente y eso ya es la vida. Y me quedo callada, de golpe, porque ya me dijo todo lo que necesitaba saber. Porque aunque llevo meses repitiéndoles algo similar a los alumnos, al explicarles a Epicuro, la naturaleza de la virtud en los estoicos, todo eso... sigo sin poder hacer nada, nada absolutamente, porque me la paso tragándome grandes pedazos de tiempo porque hay que pasarlos por el gaznate para seguir viviendo, porque todavía no se llega el momento de vivir. 

Y recuerdo aquellas palabras del Pirkei-Avot, donde dice que no postergues el estudio de Dios, no sea que no llegue jamás ese momento y te alcance primero la muerte. Y me imagino como si al tragar en vez de masticar estuviera postergando vivir y, de pronto, me atragantara con un pedazo de esos, y resultara que jamás viví. 

Y quizás no basta todo aquello para dejar este terror que me sobrecoge. Y quizás no basta para llegar ya al final, anticiparlo, porque el camino parece insoportable. Pero de menos ya se ve dónde radica aquello que está fallando. Y le doy jalones a mi mente como si fuera un caballo enloquecido al que hay que frenar la carrera. Y las sabias palabras de Doña Aurora me hablan, así como a Lucke Skywalker le hablaba Obi Wan-Kenobi:

Despacio que llevo prisa...


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