13 marzo 2013

Una mañana

¿Qué quieres encontrar aquí?
Ni yo misma sé ya nada, ni de mi ni de nadie.

Viene el momento del pozo oscuro, cuando creo que lo más prudente es esperar a que amanezca, vestirme de manera cómoda pero formal, salir con el pelo trenzado, y lanzarme a las vías del metro, estación Tacuba porque es bonita y porque afuera hay una iglesia que no conocía, con un santo con un libro en la punta. 

Pero luego una vocecilla me repite que deje de pensar en eso, que no piense, que siga andando, que no es para tanto. Que no me distraiga, que siga andando. Que no mire hacia arriba, hasta donde está el santo de cantera o piedra volcánica, con su librito, ya no sólo inalcanzable sino irreconocible. Que no mire hacia arriba porque me da vértigo. 

¿Qué quieres encontrar aquí, cuando vienes? He hecho voto de silencio. Cada palabra es un riesgo tremendo de volver a caer en el vicio terrible de volverte a imaginar. Y es que imaginarte (imaginarlos) es la versión alegre de lo que me ocurre cuando me da vértigo. 

Cuando me da vértigo, quiero ponerme a llorar, meterme bajo las cobijas y hacerme bolita. Quiero tirarme a las vías del metro, quiero huir lejos, tan lejos... Y así como suena, parece mejor escaparme del otro lado, y ponerme a pensarte (a pensarlos), porque así puedo estar en un mundo alterno, donde no soy tan pequeña, donde no estoy perdida, donde mi futuro no es dar clases a estudiantes de preparatoria, donde no me da tanto asco mi futuro que prefiero terminar de una buena vez con todo y cerrar los ojos, y arruinarle una mañana a la gente que va de sur a norte de la ciudad. 

No quiero ser pequeña.

El vértigo que ustedes me provocaban tenía algo de parecido al santo que está en la punta de la Iglesia de Tacuba. Se veían lejos, irreconocibles, altos. Tan irreconocibles. Entonces me puse a 'iluminarlos'. Porque se veían así, como de cantera, sin color... y yo tenía que ponerle color a sus rostros y cabellos. Y luego no sé qué libro traiga el santo, y así me ponía a inventar el título y el volumen, y la historia detrás de todo, porque la historia es el color que les faltaba a sus rostros de cantera. 

Pero sobre todo quería llenar de algo la distancia inconmensurable. Llenarla de dibujitos de crayola como si fueran escaleras hacia quién sabe dónde. Porque, en el fondo, al llegar veré un santo de piedra, de color cantera, con un libro sin título y el rostro erosionado por el smog y los siglos del soledad en las alturas. Y al llegar ahí, a la cumbre, daré el paso hacia el vacío y cerraré toda distancia entre yo y todo lo que no soy, no fui y no seré. 




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