28 abril 2013

Guardapelo

Ayer compré un guardapelo. Desde que entré a trabajar a la escuelita no me había comprado nada, ni un libro. Estoy ahorrando se supone, aunque no lo consigo con gran eficiencia. Pero al fin y al cabo pude ahorrar lo suficiente para poder comprar el guardapelo sin sentir que muerdo demasiado los ahorros. 

Y entonces me pregunté ¿para qué quiero un guardapelo? ¿qué puedo guardar aquí? ¿pelos? Y hubiera querido decirte regálame un rizo, y ponerlo ahí envuelto en papel de china, y llevarlo en el pecho. Y me reí... ¿para qué lo quieres? pensé ¿para hacerte un clon de él? (la genética le ha quitado romanticismo a los guardapelos y a los pelos guardados). Aún más ridículo fue el siguiente pensamiento: es que te pido un rizo porque es la única manera en que podré tener tus cabellos en el pecho. Y me imagino que pasar los dedos abiertos entre tus rizos no es lo mismo que guardar un rizo tuyo en el seno.

Tengo un guardapelo. Lo abro. Lo que me encanta de esas cosas es que, al tener bisagras, son como puertas o pasadizos a ¿dónde? Lo más común es meter un símbolo de algo y hacerlos puerta hacia los recuerdos. Pero yo no quiero eso. Abro mi guardapelo y está todavía vacío. Quisiera inaugurarlo, meterle toda una historia nueva, ciudades, funiculares, aventuras, ríos, vapores, cimas y nieve.

Y brilla. Más que otra cosa, el ser un adminículo brillante lo hace mágico. En el sentido más pedestre y literal: cuando era niña fui bombardeada por esas caricaturas japonesas donde los personajes estaban llenos de artilugios mágicos. Y de niña jugaba a que tenía adminículos mágicos que me daban poderes como volar, ver el futuro, leer la mente, viajar en el tiempo o tele transportarme. Y así es mi guardapelo...

El guardapelo podría tener de esos espejitos cuya óptica es tal que cabe perfectamente el rostro del que lo mira en apenas dos centímetros cuadrados. O podría guardar una carta con palabras mágicas... o un pergamino escrito en hebreo con un conjuro para despertar al Golem. O un poco de arsénico para envenenar a un rey. O un conjuro, o flores secas, o un trébol de cuatro hojas, o un insecto disecado. O un bigote de gato... o cualquier otra cosa perfecta para lanzar a un cazo de bruja y terminar un hechizo.

¿O una foto? No, no ¡qué horror! no quiero meterle una foto. Quisiera nada más invocar a algún espíritu y transformarme en un ser maravilloso. O simplemente que, cuando me veas, lo busques con la mirada... Sí, eso... ¡que lo busques! Que quede atrapada tu mirada entre sus tapas. Que te preguntes ¿y cómo será?

La cadena del guardapelo es muy larga. No puedo evitar que caiga en el seno, lo cuál es una ventaja cuando lo quito del alcance de los gatos. Rato después lo saco y siento cómo se ha calentado. Quizás perfume debería guardar entonces, o alguna otra cosa susceptible al calor humano. O sería genial que guardara mi calor... y dejarlo olvidado, como zapatilla de Cenicienta, que lo encontraras y, al abrirlo te iluminara.

En el fondo, la verdad es que quisiera meterme al guardapelo. Y que alguien lo abra y encuentre a una palomita diminuta dormida entre sus mini sabanitas. Que se encuentre también a unos mini gatitos cuyo ronrón se alcance a escuchar. Y mire una mini edición de Auge y Caída del Tercer Reicht, de William Shirer sobre las sabanitas que al fin y por haber terminado la mini tesis, la mini palomita se pudo poner a leer. Y que, quien nos mire, alcance de alguna manera que no puedo imaginar cómo a tocar el sueño que está teniendo. Un enorme y desmesurado sueño donde está acariciando tu cabeza y tus rizos que no caben en el guardapelo.

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