20 mayo 2013

Idolatría

Yo no sé si alguien alcance a comprender el tamaño de mi idolatría.



No, yo tampoco.



Acaso sé, apenas, que en lo que te corresponde, estás ahí. Estás ahí, para mí, con mucho más constancia de lo que yo estoy para mi. Mucho más seguro de lo que mi padre estuvo, de lo que estuvo mi madre. Pido y se me concede. Me concedes. Lo que no me concedió, en su momento, mi madre. Ni mi padre. Ni yo, a mi. 

Yo, de niña, me quejaba de la locura de mi madre y de la ausencia de mi padre. Y con todo ni mi madre estaba tan loca ni mi padre tan lejos. Pero nunca era papá en las mañanas, nunca era mamá sin angustia. Siempre había algo que no estaba donde debía, siempre había algo incorrecto, algo negado. Y ni siquiera era tanto, y ni siquiera teníamos el derecho entero a quejarnos. 

Pero tú lo eres todo, sin mancha ni ruga, sin nada que falte. Y yo sé que debería ser poca cosa, y que no debería preocuparme tanto, y que simplemente cumples con tu deber... pero ¿ves? lo cumples. Llenas cada resquicio de los requisitos. No dejas ni un hueco, ni nada. Estás ahí, todo tú, completo. Como no estuvo mi madre, ni mi padre, ni para mi, yo misma. 



Y he ahí el origen de mi idolatría. 







No hay comentarios.: