04 junio 2013

Cigarrillo freudiano

Luego de un concienzudo análisis, el descubrimiento fue claro:

No me tiene histérica el dejar el cigarro. Tampoco mis amores posibles e imposibles. Ni tampoco todos los proyectos que tengo atorados. No. Es simplemente saber que se me va a acabar el trabajo, es decir, la chamba, el laburo, el origen de la papa y la croqueta fina de mis gatitos. Eso me trae histérica... como era de esperarse. Pero... c'est la vie!

o ya Dios proveerá, como dice el dicho...


 ojalá...



También puede ser que esté menos histérica acerca del cigarro porque ya llevo más de tres semanas de haberme liberado de su azote. Y, no se crean, lo extraño mucho. No es sólo la dependencia física (ésa fue despachada con dos botes de Nutella), sino la propiamente psicológica. La minúscula sensación de plenitud que provoca el llegar agotado del laburo a la casa, prender la computadora, servirse el café, y... ¡oh!, ¡prender el cigarro!. 

Eso es lo que más extraño. Y me consuelo pensando que la abstinencia absoluta durará sólo un año. Y que entonces trataré de volver a ese placer absoluto que son dos o tres cigarros diarios, de noche (cuál medicina y recomendación prudentísima diérame el más prudente de los hombres que mis ojos han visto y... y aquí me callo yo, la imprudente mayor). 

La situación psicológica sigue igual de trágica que siempre. Ahorita simplemente está atarugada por alguna razón que no comprendo...

Hoy platicaba con una amiga del amor, los hombres y esas cosas... (lo cuál era justo y necesario porque ella me acababa de dar una larga y densa clase sobre disyuntivismo y representacionalismo, a lo cuál sólo pude corresponder invitándole la cenita que tomamos). Y –les decía– en la sobremesa de la sobremesa de pronto suspiró (diría espetó, pero no es la palabra correcta): 

¿Por qué no podemos vivir sin necesitar a los hombres? ¿No sería genial? Poder concentrarse uno en su trabajo, sólo dedicarse a eso? ¿poder ser autosuficientes y ya?

Le digo entonces que exactamente esas ideas pasan entre mi otra amiga y yo. Pero que, creo, la respuesta es obvia: no podemos vivir sin ellos porque no se puede. Ellos tampoco han de poder ¿no se buscan inmediatamente otra cuando han perdido al amor de su vida? Nunca están solos... porque no se puede. 

O sí se puede, pienso mientras me voy caminando hacia el metro luego de nuestro reconfortante encuentro, si se puede estar sola. De que se puede, se puede. Pero no es deseable, ni preferible. Ni es vida... 

Sin embargo, gran parte de la conversación también giró sobre cómo la convivencia es tan, pero tan difícil. No sé cómo podríamos volver a vivir con alguien después de tanto tiempo de vivir solas. La soledad tiene sus viandas exquisitas, sus deleites insustituibles. ¿Cómo volver a enajenar el tiempo y el espacio ganado con un otro... a cambio de despertar en sus brazos?

Difíciles decisiones. 

Y difícil acometer la empresa. ¿Cuál de todas? ¿en qué orden? Kilwardby, el Aquinas, el proyecto de doctorado, el inglés, terminar el asunto de la prepa, el libro de José, la réplica a Alfarabí, ¿a qué horas todo? ¿y en los brazos de quién ir a murmurar la claudicación de cada día? ¿En el cuello de quién ir a hundir las narices y murmurar el ocaso y la noche?

Y era por eso, quizás, tan satisfactorio prender un cigarro. Y, a diferencia de lo otro, más disponible e infinitamente más barato. Ya llegará, dice papá por Skype, antes de irse a su casa con su esposa, ese único ser humano que he llegado a odiar verdaderamente...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me hizo recordar el dicho mexicano aquel de:

Al hombre hay que darle mujer antes de que crea saber que es lo que quiere...


Saludines

M.

Anónimo dijo...

Por cierto se me olvidó decirle...

No se me desanime ;) ya llegará otra chamba

http://www.youtube.com/watch?v=4QTCSe-Dxqg

Esponjita dijo...

:) Acá se le extraña ritiharto...