07 septiembre 2013

Escena

En esta hora oscura me resisto a abrir lo ojos y oídos. Endurécese mi corazón y detiene su propio segundero, insensible a la necedad de la última esfera celeste que no detiene su marcha. 

todo es relativo.

En esta hora oscura, que se alimenta del mañana comienzo y posterga indefinidamente la hora del lanzamiento, en esta hora oscura los pensamientos se abalanzan contra mi cuerpo relajado y vencido. Y como si fueran mosquitos, no bastan los manotazos para garantizar el silencio de la consciencia. Miras a tus propias ideas, esas, de las que estabas tan orgullosa, y las ves burdas y romas, feas. Dibujadas con crayolas y un pulso tembloroso e inseguro. Estás a gusto aquí, caliente, con la lluvia afuera, y pretendes que es imaginario el río que te traslada a las orillas de la cascada, al barranco. Sigues nadando de muertito. 

Estás muerta, hace tiempo ya. O eso creías. Y simulabas ante todo mundo que vivías (¿para qué preocuparlos? ya llegará el momento en que se hará evidente el estado de putrefacción de las cosas. Y entonces ya no bastará echar la cal, perfumes e inciensos. Pero por ahora basta con sonreír y hacer como que seguimos vivos. Hablar de proyectos, de futuros. Que sonrían. Los quieres mucho. Que no lloren. 

Salvo por él. Salvo por ella. Salvo por el momento en que él roza accidentalmente tu dedo. Salvo por el momento en que ella, a oscuras en el cine, te agarra el antebrazo porque algo terrible le ha pasado al protagonista. Salvo por el momento en que él trastabillea y crees que es por tu culpa. Salvo por el momento en que ella te toma el brazo y ¡maldita sea! sientes tan ridículo hablarle de cómo el amor por él es imposible, y mides y comparas los grados de imposibilidad, y no es lo mismo improbable que contradictorio. Y te quieres echar a llorar. 

Pero luego te enteras que los demás están vivos. Muy vivos. Tan vivos que recuerdas aún aquello de ni que tuvieras 80 años. Y te preguntas porqué te dejaste morir. Y porqué, peor aún, no te moriste bien muerta, y dejaste la piel tibiecita lista para que la más imposible de las pieles la tomara entre sus deditos. Y cierras los ojos y maldices el mundo. Y a veces, así como con ella pasaste horas hablando de él, a veces quisieras buscarlo para pasarte horas hablándole de ella... 

Pero te das cuenta que los demás siguen vivos. Y tú, zombie, sólo atinas a escribir cualquier pendejada que se te atora por la cabeza. Mañana sí, dices, mañana sí me levanto, salgo a comprar UHU, y comienzo a pegarme, pedacito por pedacito, y a lo despostillado le pongo barniz. Mañana sí le doy cuerda al corazón, si salgo a comprarle las pilas, y que vuelva a andar el minutero. 

Y a diferencia de lo que haces con la piel de él, te duermes rogando por no soñar con la piel de ella. Y que jamás se entere, que jamás se entere. Que no se lleve lo único que me queda...

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