17 octubre 2013

Cigarros

Un año sin fumar. Eso es lo que pretendo conseguir, un sólo año. Llevo a penas la mitad de uno, y me ha ido muy bien. De pronto se me antoja, pero ahora sí que es muy, muy rara vez. Y, en todo caso, cuando el ataque es tremendo, un chocolate juega el mismo papel.

El chocolate. Estoy a dieta. Cuando la empecé me propuse bajar 20 kilos. Cuando el Sr. M. y yo nos conocimos y nos ennoviencimos yo pesaba eso que quiero volver a pesar. Claro, no hay modo en que yo vuelva a tener 17 años. 

Pero tengo el mismo bigote que cuando tenía 17 años y, desde entonces, he aprendido mucho sobre depilación facial. Por ejemplo, que existen las banditas frías, que si me depilo con cera caliente debo hacerlo al menos dos días antes de la cita, so riesgo de ir con el labio superior todo inflamado... para que, de todos modos, el chico se chivee todo y en dos intentos no se atreva a darle a una el beso. 

Está bien, no voy a volver a pesar eso que pesé, so riesgo de parecer una entidad medio momificada... pues el precio de la edad es la pérdida de cachetes. El asunto, pues, es que en este momento estoy a 15 kilos del peso ideal y eso,porque, con todo y los excesos, ya logré bajar 5 kg. A pesar de los chocolates entrometidos, o de atracones de tacos que se dan de repente, cuando el par se reúne para hablar sobre el método en Aristóteles, o van a ver a Hanna Arendt y a recordar que la arrogancia es una consecuencia pero jamás un pecado intelectual. 

Con todo, regresemos al punto: el chocolate. Nunca me privaría del chocolate. Pero la edad es cuando uno aprende el significado de tiempo de calidad. Tiempo de calidad le daré a mis chocolates. 

Y lo mismo aplica al cigarro. Dejé de fumar por muchas, muchas razones. En serio: muchas. Tuvo que ver que el chico guapo demasiado chico y demasiado guapo me dijera, así, como no queriendo la cosa, que no me iba a prestar su libro porque se lo iba a apestar todo. Lo dijo en broma, por supuesto, pero... y así la otra Miss de inglés, de las de la prepa. Me cayó bien una miss que me contó como un día dijo: BASTA. Y luego de 20 años de fumar una cajetilla diaria, lo terminó. 

También dejé de fumar porque ya me dolía todo. La rodilla ya me estaba jodiendo mucho y... ¿y qué tal si era el cigarro? Luego, unas arrugas prematuras (el acné es horrible, pero la única virtud que tenía esta piel que heredé era no enarrugueserse pronto y ¿y ni eso?) ...  

Y luego lo de la memoria. Tengo la memoria inmediata hecha añicos (claro, de eso el culpable no era el cigarro directamente, sino los excesos que me permitía). Aún no puedo recuperarme del todo... de hecho, aún no puedo recuperarme. En parte, porque el cigarro venía y suplía a las neuronas muertas por los desvelos de varios días y sin cigarro ¿quién, ahora?. 48 horas despierta, a veces dos veces a la semana... eso tenía que hacer mella de algún modo.

Todas esas eran muy buenas razones para dejar de fumar. Pero no hubo deliberación. Yo ya sabía que POR TODAS ESAS RAZONES DEBÍA DEJAR DE FUMAR. Pero no lo hacía. El silogismo práctico es una farsa porque obviamente las decisiones importantes no ocurren al nivel de la deliberación. 

Hay que agarrar, como en mi caso, a la estimativa distraída. Y así ocurrió. Un día me quedé en casa de mi mamá y olvidé los cigarros. Y me pensaba quedar un buen rato, como tres o cuatro días. Entonces simplemente no bajé a comprar cigarros. Y desde entonces. 

La ejecución de este abandono del vicio no fue consecuencia de la deliberación. Fue también un hacerme mensa, como todo lo demás. Simplemente no bajé a comprar cigarros. ¿Para qué, si en la casa tenía al menos dos cajetillas (una de Salem, los que acostumbraba fumar, y una de Marlboro Fresh azul, comprados en una emergencia a falta de Salem). Me tardé todavía un mes en tirar la cajetilla. ¡Era tirar 80 pesos a la basura! Pero como todo era una actitud de hacerme mensa, tuve que pasar la fase un bote de Nutella a la semana para decidir finalmente que no volvería a caer, y tirar entonces las cajetillas. 

Pero la decisión la formulé así: Durante un año no fumaré absolutamente nada. Después de ese periodo, fumaré tres cigarros en la noche. 

Claro, después de seis meses me siento tan, pero tan bien, que no estoy segura si cumpliré mi promesa de volver con el cigarro. Fui cruel con él, le dije démonos un tiempo, y ahora él espera a que vuelva de la tienda a donde fue a comprar ci...

***
Todo esto viene a cuento porque, cuando siento que todo lo he perdido, que no valgo nada, que las oportunidades vienen y yo las dejo ir en vez de tomarlas como parvada de aves transportando al Principito... cuando digo ¡demonios, ya es octubre!... entonces tengo que recordar que ¡caramba, ya es octubre! ¡ya llevo seis meses sin fumar! ¡soy un monumento, una potestad, tengo voluntad!

Si me he acostumbrado a no fumar, y a comer tan poco chocolate ¿puedo acostumbrarme a no desearte tanto, tú, tan amado y deseado, tú, por todas y con todas, tú, con todas menos conmigo? 

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