30 octubre 2013

Ya volví



"Dudo mucho que me leas entera para no perder rastro de mí, 
pero por si acaso, sepas que hay un "te quiero" escondido por ahí."
@MissHattori
(Del tuiters)

(Entiéndase, tuiteros, que éste es 
un texto para el famoso Chico sin Tuiters)









Sigo muy malita, viejos lectores.


No sé cómo explicárselos. Bueno, para empezar, no sé a quien dirijo mis palabras. Es eso, tengo un serio problema de πίστις, de fe, de certezas. No sé quién eres tú, que me lee. O no sé quién sea usted, –perdone las confiancitas que me arrogué al hablarle así–. No sé si me lea alguien, siquiera. Así pues, desde la absoluta ignorancia escribiré para el lector en potencia, indeterminado, contradictorio y futuro que pueda caer por aquí. 


Así pues, querido nuevo lector, bienvenido. Le contaré una historia similar a La historia interminable, donde usted, a diferencia del torturado Bastian, todo lo contemplará desde la seguridad de su inamovible orden de realidad.

Yo le escribía cartas de amor. O de lo que sea que fueren las cartas que escribía. "¿A quién?" se preguntará usted, querido lector estructural del relato. A nada más ni nada menos que Valerio. Apréndase ese nombre, querido lector, que es el protagonista de esta historia.

Si se pone usted atención, querido lector, verá que al lado izquierdo del blog hay una nube de etiquetas. La más grande dice VALERIO. Esa etiqueta guarda cartas, cuentos, quejas, más cartas, descripciones, lloriqueos, plañidos, más cartas, más cartas, más cartas... en resumen, la parte central de esta historia son las cartas. Pero ¿y quién es ese tal Valerio?

¡Un tipo que tiene el peor suéter rojo del mundo! Sí, claro, el suéter es irrelevante, pero sirva para fijar la referencia...

No, esperen... un momento... 


¡Sí, sí, el suéter está espantoso! pero el asunto es que Valerio no es la referencia sino un sentido del tipo que se puso el suéter. Digámoslo mejor así: en esta historia hay dos personajes, Valerio y el hombre del espantoso suéter rojo.

Y yo le escribía largas cartas, algunas tiernas y otras apasionadas a Valerio, pero mi verdadero destinatario era el hombre del horrible suéter rojo. Era un hombre de carne y hueso y mis palabras pretendían sacarle rubor a él, pues Valerio, al ser una etiqueta, no tenía mejillas ni sangre ni vasos sanguíneos que se dilataran.

Pero ¿quién es el rubicundo horrisuetérido para que le mandara cartas, como en una botellita, a través del blog, con un nombre-etiqueta, y guiños por aquí, guiños por allá? Un hombre real. Suficiente razón para tenerle pánico.

Al principio este era un blog sano, y yo escribía sobre lo que me venía en gana sobre las cosas que me emocionaban, me entristecían, sobre mis reflexiones personales y sobre asuntos filosóficos. Era un blog bastante divertido y me gustaba mucho. Era un blog que no estaba realmente conectado con mi persona real, y es me permitía hacer de mi misma un personaje, y contarme y narrarme de manera universal y no verdadera (esa contradicción pregúntensela a Aristóteles y su Poética). Medio anónima, sólo los iniciados conocían mi secreto.

Pero luego, conocí a los Héroes (esa historia se las explico luego, pero digamos que el horrisuetérido de rojas lanas, es uno de ellos). Y mi tierna alma de Aedo entonó sus glorias y les escribió poemas... algunos verdaderamente bellos... o que, a veces creo, los conmovieron. Y esta misma alma hizo cosas peores: comenzó una novela a las costillas del referente de Valerio y, no satisfecha con eso, agarró su larguísimo apellido materno para varios personajes más.




Pero yo escribía libremente ¿saben? hasta que 'no-voy-a-narrar-por-enésima-vez-la-historia' corroboré que sí, que aquello referido por Valerio me leía efectivamente. Pero nunca, nunca, nunca, nunca, jamás, hemos hablando de eso.

Nuestra relación personal existió ¿saben? Sí, no me la imaginé, ni tampoco su maravillosa sonrisa. Tuvimos una amistad muy sutil, muy dulce, muy en silencio.

Pero entonces el fantasma de Valerio como criatura malvada comenzó a adquirir tridimensionalidad. Dejó de ser una mera etiqueta y, un buen día, brincó del blog. Y cuando  el hombre del suéter rojo trataba de tenderme la mano, yo quería gritarle ¡Pero es que no entiendes que fuera del blog no podemos querernos! Pero yo quería una amistad real.


¿Sí la quería? 

¿En serio?


Siempre parezco actuar como si no fuera el caso. Y huyo, a mi caracola como buena babosa que soy. Una llana y simple amistad, con alguien que, aunque use espantosos suéteres rojos, es una persona que deseo profundamente. 





¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? 
¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo?
¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? 
¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo?¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? 
¿DESEO? ¿DESEO? ¿DESEO? ¿DESEO? 
 ¿DESEO? ¿DESEO? ¿DESEO?
¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo?¿Deseo? 
¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo?
¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? 
¿Deseo? ¿Deseo? ¿Deseo? 



No así como se oye, sino de otro modo. Bueno, quizás sí. O quizás no. O quizás fue el suéter rojo. O no lo deseaba en absoluto... o sí... o no... o sí... o no... o sí...
o no... o sí... o no... o sí... o no... 
o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o 
no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... 
o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... 
o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... 
o sí... o no... o sí... o no... 
o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... 
o sí... o no...
 o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... 
o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... o sí... o no... 
o sí... o no... o sí... o no... o sí...  o no... 
o sí... o no... o sí... o no... o sí... 
o no... o sí... o no... 
o sí... o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no...
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
o sí... 
o no... 
.
.
.
.


Y así fue como me quedé enredada en el loop infinito, en un loop que no me dejaba moverme hacia lado alguno, que amenazaba con hacerme un tremendo vórtice y acabar de chuparme toda yo. Así que cerré el blog: quizás así aprendería a relacionarme cara a cara con él, el referente de Valerio, mi héroe de saga épica: el del espantoso suéter rojo. 

Pero para lograrlo, y devolver a este blog su función original (un hermoso lugar para poner mis pendejadas extraordinarias), tengo que... no sé... tratar de acercarme a él. No pegar la carrera cuando me sonríe. Aguantarme los celos... 

los celos                       los celos


                los celos

 los celos         los celos          los celos

          los celos

los celos

              los celos                                      los celos

los celos

      los celos         los celos

los celos           los celos         los celos

          los celos          los celos

los celos

                   los celos
los celos

         los celos
los celos     los celos 

                    los celos
los celos

          los celos          los celos

los celos

los celos       los celos
                   los celos
los celos

     los celos     los celos       los celos

            los celos        los celos       los celos    los celos   los celos         

 los celos

          los celos         los celos         los celos

      los celos         los celos   los celos   los celos        los celos         los celos  

¿los celos?
los celos     los celos 

                    los celos
los celos

          los celos          los celos

¡ ¡ ¡ ¡ ¡ · M · O · M · E · N · T · O · ! ! ! ! !


¿Qué carajos tienen que ver aquí los celos? El problema, querido nuevo lector, el verdadero problema que me llevó a cerrar el hermosísimo blog de utitadixerim, fue que estoy totalmente atascada en la vida (te contaré lector: estoy deprimida).

Me he llenado el seso de telenovelas estúpidas que, como si se trataran de lidocaína, me adormecen del dolor de que la vida sigue, y sigue, y sigue, y la gente continúa viviendo, y viviendo, y viviendo, y yo, enferma de un no sé qué, estoy tullida sin poder enfrentar mis mayores temores. 

Mis mayores temores... 

Y no, a pesar de lo mucho que lo quiero, en absoluto mi mayor temor tiene que ver con perder a Valerio, a menos que asumamos quién es él en realidad: no el tipo de los espantosos suéteres rojos, sino un personaje maligno en el que me oculto del mundo, e incluso me oculto del referente... del absoluta y verdaderamente bien amado referente (le voy a regalar un suéter).

No sé de qué estoy enferma. No sé si sea un hongo parasitario que lleva paulatinamente mi cuerpo a un lugar idóneo para esparcir sus esporas, o es un megacorazón roto, o qué. Sólo sé quién era Él para mi cuando lo conocí.

Era el Dr. ése del que tenía que ganarme su respeto. ¡Porque a huevo!. No pedírselo, no mendigárselo. Arrebatárselo. Además y συμβεβηκός** era alto, sexy, guapo, y aún más per accidens*** era Magnánimo... era Milte.* Y ergo, me enamoré. Luego, con el tiempo pero desde luego luego (desde una discusión sobre los grados de refinamiento-abstracción del azúcar) me enamoré, otra vez. 

No sé de qué estoy enferma, no sé. Pero tengo que salir al ruedo y volverme a ganar el respeto de desconocidos, no para obtener autorespeto, ni autoestima ni esas cosas, no. Sino porque ¡oh! ¡qué vivo se siente uno!. 

No sé si te he decepcionado con esta historia, querido nuevo lector. Espero que no. Prometo contarte cosas mejores, o ser más clara, o más entretenida. Aún me cuesta trabajo contar una historia completa y no llena de supuestos y de trasfondos. Aún estoy tullida, querido lector, y te pido disculpas. Pero, he aquí, que he revivido al blog, en lo que me curo de mi parálisis, de mi ataraxia filosófica, que me hace dudar del piso bajo mis pies, de los colores que veo, de las palabras que oigo, y de la cúpula celeste que se yergue sobre mi cabeza. Tengo, querido lector mío y de Rosenzweig,**** que levantarme y salir a comprar un kilo de queso.

Ya no escribiré tampoco para Valerio. Porque Valerio no es él... y aunque él no me quiera es a él a quien quiero...

Reportando para ustedes desde una psique muy dañada:
Esponjita, por decirlo así.

_______________
*Milte: algo así más o menos como "Magnánimo" pero en alemán antiguo.
** Por accidente
*** Por accidente, pero del latín. O sea... Aristóteles, ustedes saben: esencial vs. accidental. Eso.
**** La referencia del queso es a un librito que escribió Franz Rosenzweig llamado El libro del sentido común sano y enfermo, donde el filósofo es atacado por la Ataraxia Filosófica, que le impide hacer cosas simples como casarse o comprar medio kilo de queso. Luego lo mandan a un balneario con forma de Estrella de David. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ah!

El Rufián Melancólico dijo...

No ps tá cabrón.