08 mayo 2014

Viajero que vas...



Advertencia: está ñoooooño, ñoño, ñoño. 
Pero pos muy mi blog ¿no?
Pero antes, musiquita:




En el bolsillo del saco metió, cuidadosamente doblada, mi alma. Se la llevó de paseo a América del Sur. Anda mi alma cambiando de estación, paralelo y de huso horario. Él se quita el saco y lo cuelga en el respaldo de la silla. Y está a punto de desabotonarse los puños de la camisa y ¿se mirará al espejo mientras lo hace, o hacia dónde mira? Mientras ejecuta el gesto cotidiano de desabotonarse los puños de la camisa, de pronto recuerda algo ¿qué sé yo, qué? pero eso lo lleva a buscar una tarjeta en los bolsillos del saco. Descuidado, mete los dedos en los bolsillos laterales y, al no encontrarla, jala el saco y se sienta sobre la cama para buscarla. Finalmente da con ella: ¡estaba en el bolsillo interno, enredada con mi alma, doblada! Y, al jalarla, se lleva con ella mi alma que estúpidamente adormilada, cae suavemente sobre las sábanas sin hacer ruido alguno... 

Mi alma la pasó muy bien esa noche pero, quienes la conocen ya habrán adivinado el peligro y origen de la peripecia: se quedó dormida hasta muy entrada la mañana. Despertó cuando una pesadilla acuática quiso ahogarla, y se dio cuenta de que iba en el segundo ciclo de lavado en una máquina industrial. Aterrorizada, mi pobre alma sólo tuvo tiempo de ver cómo pasaba de la lavadora a la secadora. Después habituarse al perfecto movimiento del ciclo de secado, la esponjada alma, casi flotando como solía ocurrirle a la Pantera Rosa, aprovechó su liviandad y, después de regresar presurosa a la habitación y saberse abandonada, salió huyendo de aquél hotel lo más pronto posible... pero ¿a dónde? ¿hacía cuántas horas se le había ido su Teseo?

¡¡Ah, como quiso maldecirlo!! ¡¡cómo se sentía la abandonada Ariadna mientras, a moco tendido, recordaba que ella no le había dado ningún hilo, ni lo había liberado de ningún laberinto!! Pero él si era héroe, si llevaba el vellocino... ¡ah, pobre alma desdichada! Nadie irá hasta tan lejos, allá, a rescatarte. Mucho menos Dionisio, alma extraviada. 

¿No me extrañará un poco? se pregunta el alma abandonada, mientras pulula por las calles de la gran ciudad sudamericana. Mira a su al rededor para ver si reconoce algo de aquello que nadie le cuenta (porque tiente tantos amigos de allá, o tantos amigos allá, y nadie le dice ni le cuenta cómo son esas tierras, de las que unos huyen, hacia las que otros se exilian –a Dios gracias por el milagro). Pobre alma. Sólo se la pasa, medio adormilada preguntándose ¿no se sentirá demasiado ligero, no me extrañará un poco?

La pobre alma va y se arruga, triste, en una jardinera del hotel donde fue abandonada y se adormila. De pronto siente cómo unos dedos largos la cogen, la sacuden, la doblan y la guardan... ¡es él! ¡volvió por ella! 

¡Que descuidado! le reprocho yo con la mirada cuando, ya aquí en México, la saca a la pobre, toda asustada, de su bolsillo y me la devuelve. Un poco apenado, antes de dármela, le da una última sacudida. La reviso: un poco polvosa, nada más. Me la pongo. Volteo a verle los enormes ojos de avellana, y le sonrío. 

Es todo. 

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