04 mayo 2015

Jipi Comeflores

A mis papás les caían muy bien los hippies; tanto que recuerdo cómo sostuve una conversación muy larga con un compañero de segundo de primaria porque el me espetó ¡hippie! y le dije "¡pues qué tonto, porque eso no es un insulto!" y en la discusión nos comimos una buena parte del recreo. Pero en realidad lo único que yo sabía es que los hippies eran los buenos... y que usaban el pelo largo. 

Luego crecí, me corté el pelo, y comencé a hacer una lista de todas las cosas que quería hacer y que quería ser. Claro, cuando uno hace ese tipo de listas no cuenta con que el mundo siempre resulta ser un pelín más complejo de lo que uno cree... así que muchos puntos de la lista fueron tachados, otros pasados de largo o simplemente postergados, y algunos pocos palomeados.

Luego, muchos, muchos años después, la conocí. Aquél encuentro fue de lo más inusitado, y aunque me sacó de onda, lo acepté de muy buena gana. Si trajeran a mi psicólogo, sería interesante notar cómo lo primero que hice, después de ese encuentro, fue cambiar mi bolsita de plasti-piel negra por un morralito de alpaca. Además el encuentro con ella me apretó un botón extraño: "yo quería ser así mero como ella, pero en algún momento me traicioné". Mi bolsita me avergonzaba tanto... en cambio ella, auténtica, usaba el digno y buen morral. 

Mi morralito resultó no aguantar mi ritmo de vida y se reventó muy pronto. Pero tener que usar nuevamente mi bolsita capitalista made in China, era lo de menos: la jipi era más jipi que yo. Y  más aventurera que yo. Y poco a poco me pareció que todos los puntos de mi lista de todas las cosas que quería hacer y ser de grande, ella las había cumplido con creces. Estaba, además, más buena que yo, pero también lo era: era generosa, buena onda, me ponía estrellitas en mi frente. Y era inteligente y escribía mejor que yo... ups... y por ahí resultó que tenía un achievement que en realidad nunca se me había ocurrido que fuera posible tener y... ¡ella lo tenía y no yo!

El otro día E. me dijo que mi problema en la vida es ser competitiva. Y, bueno, ha de ser verdad porque de repente me di cuenta que me puse a competir con la jipi y de entrada ya había perdido. Y lo que al principio me parecieron apapachos buena onda y estrellitas de honor en mi frente, de pronto se me hicieron palabras llenas de condescendencia... y me sentí muy, muy humillada. Sobre todo porque me estaba transformando en un monstruito desencantado de sí mismo. No sólo era no ser eso que ella sí era, sino peor aún, volverme un ser bastante despreciable ante mis ojos: envidiosa y amargada.

Así pues, anduve arrastrando varios días mi pena. Esperaba con el corazón que, en algún momento el deus ex-machina me rescatara de lo que parecía ser el último capítulo de la pésima novela en la que se había transformado mi vida. Y por accidente, casi, entré al gimnasio. Y así fue que me vi en el espejo, y me horroricé. Bueno, tan grave no podría ser: si invertía suficiente esfuerzo al menos recobraría un poco mi forma humana, pensé. Pero casi al terminar la sesión de entrenamiento, el entrenador nos mandaba a dar golpes al aire, y nos alentaba pidiéndonos golpear a los fantasmas que nos habían hecho rabiar en la semana.

¿Qué frustración podía usar para vencer el cansancio de mis músculos en esa hora precisa?

— ¡Muere, jipi comeflores! gancho al hígado
—¡Toma  jipi comeflores! a la barbilla 
¡Tomá otra, jipi comeflores! de abajo hacia arriba, mantener la guardia, a la nariz. (¡Ah! pero además es más alta que tú, entonces tienes que patear con más enjundia) 

Después de tres minutos, apenas alanzaba a gritar "¡...pi...!" antes de conectar cada golpe, y al final ya sólo eran pequeños escupitajos que articulaban a penas la "p". 

Salí empapada en sudor. De pronto ya me sentía muy en paz con la que en un breve y fugaz momento fue mi amiga. Incluso podía volver a intentarlo si ella era lo suficientemente inteligente para evitar de nuevo las condescendencias inconscientes –y yo tendría muy buena voluntad para suponer mucha inconsciencia suya en su modo de confundir a la esponjita literaria con la persona... total, yo procuraría lo mismo. A la que había molido a golpes no era a ella sino al dechado de virtudes jipiosas que proyecté en ella... ese que mi mamá me enseñó que era la bondad encarnada y el punto más alto de la escala de valores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por lo que escribes Esponja, fue llevarme a otro tiempo tambien, y volver a dar cuenta lo que algun dia unos tios abuelos me dijeron, que debia tener cuidado de imitar a mi padre, padre con el que nunca convivi. Mis tios abuelos, uno panadero, y otro medico, al preguntarles como hacerle con el enojo que en ocaciones surgia a la hora de discutir, me comentaron que primero debia de saber que mi padre era el ser mas berrinchudo que podia existir, y que para ellos mis arranques eran solo un detalle, y hasta una imitacion de mi parte. Mis tios abuelos eran la neta, morenos, recios, con una paz interior, casi uno seres miticos, el caso es que demas, con ellos descubri esto lo de ser competitivo, que a la larga lo mande a la chingada y lo cambie por el juego. Bueno Esponja, me cae que eres como ese rayo de luz que logra hacerme ver las cuerdas del titere que soy. Voy a revisar, para costarlas. Gracias