No es novedad, me quedé sin cigarros, son casi las cuatro de la mañana, me atoré con Aristóteles, y nomás se me ocurre venir acá a sacar tanto asunto. Para colmo, el asesor escribió sucinto correo (que bien pudo haber cabido en un tweet, pero mi asesor es bueno y no me avergüenza de semejante manera). Que para cuando. No, no lo escribió así. Lo hizo más campechanamente. Eso es lo que tiene de ¿lindo? es capaz de decir cosas terribles de maneras que son más que afables. Bueno, su naturaleza es la afabilidad. Pero lo Cortez no quita lo Cabral, como reza el título de aquél famoso concierto. Y yo, claro, obviamente, no me puedo ir a dormir sin convocar espantosas pesadillas. Pero, claro, estoy enfrente de la computadora y lo único que quiero hacer es irme a dormir. O claro, tratar de recordar algún resentimiento viejo que tenga contra Daniel, a ver si no está demasiado masticado y le queda aún un poquitín de sabor, casi como si buscara chicles viejos en la parte de abajo del mesabanco. O comienzo a pensar en la denominada #operación_pavoreal (de la que nada puedo decir, sorry), y me doy cuenta de que llevo media hora como imbécil, a veces muerta de la risa, a veces llore y llore frente a la página aristotélica que me puse a escribir después de haber hecho caso a cierto helenista... chale... por ponerme a leer a Caston hasta sentí como si le pusiera el cuerno a mi asesor con el ex-asesor... jajaja... ¿ven? a ese grado de procrastinación mental llego.
Y de nuevo, no es novedad: estoy aquí, veinte para las tres de la mañana, sin cigarros, con dos grandes latas de atún en la panza, y un estúpido capítulo que, se supone, debería poder redactar con los ojos cerrados. Y sí, no puedo negar que, a diferencia de otros capítulos, momentos, días, las cosas fluyen bastante bien. Lo único que viene a descubrir con Caston es que él es quasi-albertista. O mejor dicho, no me mal interpreten. Es obvio que Caston conoce mucho mejor a Tomás que lo que lo conocen Sorabji y Burnyeat... o se lo toma más en serio. O leyó a Pasnau. Eso, eso debió haber sido. En su bibliografía también está el tal Tweed... tweed... ¿qué? pos el Piolín aquél que en mi imaginario filosófico-íntimo-intramental es el archienemigo de mi super héroe tomistólogo... ejem... sí, el asesor.
Total que lo que vine a descubrir en Caston es que a él le parece, de todas las posibles lecturas de Aristóteles, la mejor la que hace la escolástica: la de las species. Y ¿qué le voy yo a decir al simpático barbón, tal como lo anuncia su página de Academia.edu? Nada, que la última vez que le hice caso a pie juntillas el que me acabó cajeteando públicamente fue justamente el helenista en cuestión (o séase, el ex-asesor demiúrgico): que si la percepción admite grados de error ¿por qué se necesita para eso todo el enredadero de Caston con la Fantasía? —¡glup!— sonó mi gaznate pasando grandes cantidades de saliva —¡¿cómo fue que no me di cuenta?!— y me quedé en silencio, recriminándome a media voz: si yo misma ya me había dado cuenta, ¿cómo fue que...?— Y contesta el helenista en cuestión —¿Un ataque de fantasía?— Luego de los años que han pasado, al fin (soy leeenta) entiendo la sonrisita. Pero como sea, ese día aprendí a no confiar ciegamente en los raptos extáticos de Caston, por más verosímiles y capaces de persuadir que parezcan...
Pues sí. Caston y la Forma F que no es otra cosa sino información que viaja en la Forma G como su fuera su sustrato... ¡ay tan raro que suena! Pero seamos honestos: es una manera límpida de poner en un lenguaje lo que bien dicen tomasito y albertito sobre las especies, en otro. Claro, de nuevo. Caston se pasa por el arco del triunfo la parte central de la psicología aristotélica: KRINEIN. Sí. Por segunda vez (¿tendrá ceguera discernitiva?). ¡¡¡Una puta semana nomás para llegar a esa conclusión!!! Pero no es poca cosa. Fue entonces que Modrak adquirió gran sentido en mis lecturas: hay dos tipos de juicios. Uno es el de discernimiento ¿no? Bueno, ese es mediante el cual el ojo se 'enrojece'. Hay una actividad, el discernimiento, la que lo 'enrojece'. Y en esa 'actividad', la alteratio secundum quid de Alberto, reposa el awareness, el percatamiento (perdón el barbarismo) de lo que se percibe. Eso. Eso más o menos.
El capítulo de Aristóteles tiene (ok, tendrá, tendrá) dos partes: recibir la forma sin la materia y las percepciones accidentales. Será breve. Contra la sugerencia impúdica (por aquello de las analogías del asesor, el exasesor y los cuernos asesoriles... ¡¡WTF Sponge!! ¡¡no mames!! ¡¡Consíguete una vida!!), decía, contra tal sugerencia ni siquiera me meteré bien a bien con la disputa Burnyeat Sorabji. O igual sí, tantito. Pero sólo tantitito. Porque el desmenuzamiento que hace Caston de ambas posturas, pos sólo refleja que, efectivamente, hay mucho más que dos bandos en esa historia. Y uno, ¿cuál creen? jajaja, el tal High Church Spiritualism, el nombre que Caston le da al asunto de las species en Tomás.
No sé, no sé... ¡mi tesis se veía tan sencillita! pero acá, esta necia, que quiere meter no sólo la "geografía" de la intencionalidad (como diría Perler) sino también explicar en donde recae la 'magia' de la varita del significado (o algo así, total que es una metáfora que Perler le toma a Putnam). Eso. Es ahí donde tan dificultosísismo se ha puesto todo. Bueno, pero nótese que ya perdí el hilo hasta del post. Les decía: sobre Aristóteles no me meteré en discusión alguna (ese fue privilegio de Avicena), sino sólo en los pasajes que "pasarán a la historia". Por ejemplo: que Alberto toma con mucha soltura DA III-5 y lo mezcla con las dos definiciones clásicas del color y la luz (DA II y De Sensu-no-me-acuerdo-dónde) para caracterizar el tipo de accidente que son, en pocas palabras, que es esa tal alteratio secundum quid... Eso. Eso y, bueno, tomaré postura por Modrak (¿sí lo decía Modrak?) la alteratio es producto del krinein ese con que discierne. Que eso ¿quién sabe? podría explicar incluso en términos 'searlianos' qué significa 'percatarse' de algo... quién sabe: ambos dos Doctores en Filosofía (uno asesor y el otro revisor) ya me pondrán en mi lugar si ahí mi imaginación voló demasiado.
Las cuatro con siete. Demasiado temprano para ir por cigarros o salir a hacer ejercicio. Es decir: no me queda otra que ponerme a escribir ese texto. ¡¡Ok!! ¡Tengo que responder el correo del asesor. Pero ¡¡ya no tengo cara!! (¿o seré tan descarada que mi rostro es una cebolla que pierde y pierde capas?) así que la respuesta irá con capítulo. ¡Cómo me angustia todo esto! ¡caray! ¿estoy segura de quererlo hacer el resto de mis días? Supongo que el problema no es la actividad sino el origen de la angustia. Y... no sé, no sé... ni siquiera sé cuál sea el origen verdadero, pero perfiero gastarme el dinero en el dentista que en el psicólogo...
AHHHHH!! claro. Todo esto empezó porque me hallé este blog: Puerta a la Realidad. Está simpático, me latieron muchas cosas. Pero en particular trae unas frases por ahí sobre el psicoanálisis. Una de la vieja de Sartré (ok, ok, era broma ¡compañeras feministas!) digo, de Simone de Beauvoir, y otra de Anaïs Nin. Anaïs dice nomás que el psicoanálisis y la felicidad hacen a la gente egoísta. Yo no creo eso de la felicidad, en general los infelices son unos verdaderos infelices, mientras que la gente feliz con que me he encontrado es muy generosa. Pero quizás sí lo creo del PUTO psicoanálisis. Lo que dice Simone se puede reducir a pocas líneas: escriba, eso sale gratis (a lo sumo el cuaderno Scribe de 50 páginas y la pluma). Como sea, bajo el supuesto de que Tonatiuh sirvió para algo (¡sí! ¡sirvió para mucho!), en realidad fue para aprender dos cosas: o te confrontas o te mueres, y deja de pensar en ti y ponte a pensar en lo que tienes que hacer. Ejem... sí.
Y pues en esas estamos. Ante la página en blanco, tratando de contar el desenlace de esta historia. O al menos de unos de sus capítulos. Y me tendrán que esperar... no por otra razón sino porque no hay modo de hacerlo de otra manera. Y sinceramente pido, por ello, perdón...
Y para no perder la bonita costumbre de los videos psicóticos, mi ídola de ídolas... bueno, lo fue hace tiempo, pero sí una de mis amores platónicos... Avril Lavigne. Que aunque la mitad de su voz sea de amentiritas, lo que cuenta es el producto final... creo... *sigh*
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