
Serch:
Valde gratias ago tibi
Ely o sobre el amor
Primera parte
Del objeto, la acción y la pasión del amor
Después de algunos meses de no poder coincidir para platicar largamente, Ely y yo nos encontramos al fin.
Entre los temas que nos ocuparon aquel día (que iba a durar de lo que dura la hora de la comida, pero no pudimos despedirnos sino hasta pasadas las once de la noche), sostuvimos un largo diálogo sobre el amor.
Ella sostenía que el amor tiene un fuerte componente racional, y que en virtud de tal podemos decidir libremente amar a alguien. En cambio, yo sostenía que nadie puede decidir amar, esto es, que el acto de amar no es libre y que, todo acto racional que pueda desprenderse del amor, está subordinado al amor.
La discusión fue larga y, a diferencia de la prodigiosa memoria de los memoriosos colegas de Sócrates, no podría referirlo con prolijidad, además de que, después de tratar de escribirlo al llegar a casa, me percaté de la dificultad de llevar a buen término los argumentos con los que, según yo, podría demostrar la verdad de mi tesis.
Sin embargo, la discusión llegó a su punto culminante cuando planteamos la cuestión en estos términos: Si puede libremente elegirse amar a alguien, la razón por la cual uno elige amar, debe ser una premisa universal.
Ely enunció el ejemplo del perdón. Perdonar es un acto de amor, pero a la vez es una elección libre y por lo tanto racional, pues, ante la ofensa, uno puede elegir perdonar o no: no existe ninguna determinación sobre la ejecución de tal elección. Digamos pues, que perdonar implica una cierta indeterminación en el que perdona, pues ante la ofensa uno exige justicia, y el acto de perdonar, implica un acto generoso, esto es, un acto capaz de sobreponerse a la determinación que la ofensa impone en nosotros.
Ante un argumento tal, lo único que pude responder fue lo siguiente:
-¿y por qué perdonarías a ese que te hizo daño?
-porque es un hombre, amo a los hombres, entonces lo perdono.
Yo argumenté que, si lo perdono por ser un hombre, esto es, un género y no un individuo, aquello no era un acto de amor, sino un acto de justicia, porque el decir lo perdono porque amo a los hombres, implica una cierta idea de universalidad que, según yo, no puede hallarse en el verdadero amor. El amor es siempre intencional, y como tal, creía yo, sólo puede referirse a individuos. Entonces, si el acto de perdonar no es hacia éste por ser éste, sino por ser hombre, aquello sería un acto de justicia (pero por lo que ya dije arriba, Ely tenía razón y un acto de justicia no es el perdón), o un acto de generosidad.
Debo ahora reconocer que, en ese momento Ely tuvo razón. Sin embargo, creo poder sostener aquello que decía apelando al concepto de generosidad:
-En cambio, a diferencia de un acto de generosidad que es universal y que se aplica indistintamente a todos los hombres, un acto de amor sólo se aplica a aquél particular que mueve nuestro afecto. Así, ante la pregunta ¿por qué lo perdonas? la respuesta es porque lo amo. Y ahí no hay un acto de libertad, porque según yo, el perdón ya está incluido en la razón, y todo es un círculo: Lo perdono porque lo amo, lo amo porque lo perdono.
Sin embargo, de nuevo me percato de lo insuficiente de mis pruebas: el perdón debe ser, de todos, el acto más libre de todos, porque se impone incluso sobre la justicia –nuestra relación con los otros en cuanto género o especie- y por ello es deliberado: no admite la determinación que proviene del objeto.
Y sin embargo, el perdón, para ser generoso, no es un acto de amor
(eso es lo que creo yo).
Pero tampoco es un acto de justicia
Es un acto de generosidad.
(Y lo que no hallo es encontrar dónde ubicar a la generosidad como principio de acción para con los otros.
Perdonar no es amor: porque según yo el amor es una pasión que padecemos a causa del acto de un objeto externo: el amado. Amo a… y es por ello intencional. Todo acto racional en todo caso, está dirigido a efectuar ese amor, o en todo caso, a reprimirlo, pues muchos amores pueden entrar en conflicto dentro de nosotros.
Perdonar no es una acto de justicia. Primero, porque si nos ponemos kantianos, el deber es un acto igual de determinante que el amor. En el caso del amor, la compulsión hacia el objeto emana directamente de él. En el caso de la justicia emana de una máxima universal que, en realidad, no hace sino ver al mismo objeto de una forma más abstracta. Pero sigue emanando de él:
(i) Amo a Zayd y por ello lo perdono
(ii) Debo perdonar a los hombres, Zayd es hombre, y por ello lo perdono.
Ciertamente (ii) requiere más pasos, pues requiere aquél que sirva de intermediario entre la humanidad y Zayd… pero ambos siguen siendo actos intencionales (ahí estuvo mi quebradero de cabeza cuando llegué a casa y quise reescribir mi victoria.)
En todo caso, la racionalidad de (ii) depende de los pasos necesarios para reconocer a Zayd como hombre. Si hubiera una verdadera diferencia entre (i) y (ii), en todo caso ésta estribaría en que, en (i) la acción proviene del particular y en (ii) proviene de un proceso discursivo que nos permite aprehender al particular. Pero en última instancia, no hay libertad: en (i) la acción la impone la relación inmediata que tenemos con el particular (amo a) y en (II) la impone el modo en que la máxima (debo perdonar a todos los hombres) nos hace relacionarnos con el particular.
Sin embargo, de todo esto, lo único falso que es que perdonar sea un acto que proviene o de la justicia o del amor. La generosidad es un acto libre, pues surge de la indeterminación del sujeto que le permite actualizar un estado sin apelar a un motivo (ya sea el amor, ya sea la máxima universal).
Si alguien demostrara que no existe una acción humana que carezca de motivos determinantes, lo que demostraría es que no existe la generosidad en cuanto tal (y en el fondo, eso es lo que creo yo).
Empero, si he de sostener mi paréntesis, habría que encontrar los motivos que llevan al hombre a realizar acciones ‘generosas’. Y terminaríamos con que, en realidad, la mayoría de ellas están guiadas por el amor o la empatía.
Desde un punto de vista, quizás no ortodoxamente levinasiano, pero sí un poco inspirado en el lituano, podría llevarnos a concluir que el acto generoso implica dejar de pensar en nosotros mismos y avocarnos hacia el otro. Entonces los actos que realizamos no estarían determinados por lo que nos corresponde en justicia, ni por nuestras necesidades particulares, sino por las necesidades del otro. Ya sea pensando en un bien común –donde nosotros dejamos de ser yo y nos volvemos parte de la indeterminación que corresponde a los otros por igual- ya sea pensando en el otro como un individuo al que queremos dar alegría o quitar un peso. Esto es: lo que queremos para nosotros lo volcamos en aquél y es él quien recibe el don que, por justicia, nos corresponde a nosotros.
Ahora bien, lo que de levinasiano heterodoxo tiene esto, es que el acto nos viene impuesto por el otro, más allá de su ser este individuo que sostiene con nosotros tal o cual relación.
Es decir: si el acto de amor sólo puede ser por Zayd por lo que Zayd despierta en nosotros por ser mi objeto de amor –o por el hijo, por ser mi hijo, por la madre por ser mi madre, o por mi amado, por ser mi amado-, el acto de justicia que exige Lévinas es por Zayd no por ser Zayd sino por ser el otro.
Lévinas utiliza un concepto, según él hebreo: el concepto de “rostro”, o en hebreo “panim”. Y entre Éxodo 33:18 y Lévinas, hay un intermedio: Maimónides.
En Éxodo 33:18, Moisés le pide a Dios que le muestre su rostro, y Dios le contesta que sólo dejará ver sus espaldas, pero su rostro no lo verá. Los neoplatónicos, entre ellos Rambam, interpretaron las espaldas como el mundo temporal, y el rostro como lo eterno, impensable y atemporal: el Uno de los neoplatónicos, que es la pura vida de la cual emana toda otra vida, sin determinación alguna.
Dicho en términos del maestro persa de Rambam, Avicena, Dios es la pura existencia, sin esencia determinante alguna: por ello impensable, pero el último reducto de la realidad. Dios es aquél donde se identifican esencia y existencia, pues su esencia no es otra cosa que la mera existencia. La sola vida, diría el licopolita Plotino.
Eso es el ‘Panim’, explica Maimónides en la Guía de los Perplejos, cuya primera parte es un glosario de términos hebreos explicados en árabe, según tales conceptos griegos.
Entonces… ¿qué es el ‘panim’ de Lévinas?
En cada hombre, en la viuda, el huérfano y el pobre que la Ley nos manda proteger, se encuentra ese rostro, ese panim absolutamente indeterminado –su mera vida- que no es sino La Vida. Y por ello, nos vemos obligados a amar y tratar como a un amado, en todo aquél que se presente tal ‘rostro’(si esto le suena a la ecceitas de Duns Escoto… dudo que sea mera coincidencia)
Con ello, creo yo, Lévinas ha unido en uno solo ambos conceptos: el estado intencional que es el amor y la universalidad que implica la justicia. Pero esta justicia ya no depende de un razonamiento que, como vimos en el caso de (ii) requiera de un juego de premisas que una la máxima universal con el individuo particular (el silogismo práctico al cual, hábilmente, apeló Ely).
La máxima universal es capaz solamente de expresar esencias, y por lo tanto es ‘falible’, pues podemos darnos el lujo de definir ‘hombre’ como nos plazca. Podemos decir ‘hombre es Ario’, ‘hay que respetar a todo hombre’, Zayd no es Ario, no lo respeto. No. En la solución de Lévinas, de cada hombre particular, de su mera existencia, proviene la determinación. Y ése es el ‘rostro’: el panim. Toda característica particuar de cada hombre (ser mi madre, ser parte de mi tribu) es sólo su máscara: su esencia.
Hasta ahora todo parece marchar bien: no he demostrado que el objeto amado determine al amante, sólo he mostrado cómo son las cosas bajo ese supuesto. También he demostrado que la generosidad no existe definida en términos de libertad, entendida como indeterminación: en todo caso, es el nombre a un acto de amor.
Sin embargo resta un problema: la discusión con Ely pasó a otros temas y otros asuntos. Y yo me percaté, luego de platicar un rato con ella, que el enamoramiento no correspondido genera resentimiento. Y que ese tema, merece su parte en el gran diálogo del amor, pues sólo cuando la fiebre amorosa ha pasado, somos capaces de perdonar al otro por no habernos amado.
A final de cuentas, este amor Lévinasiano resultó demasiado neoplatónico, y el tema que inició la discusión entre Ely y yo se parecía mucho más a un Alcibiades que se retuerce de dolor por el veneno que la mordida del amor ha introducido en su corazón…
Vitae Philosophorum de Diogenes Insularum
Valerius Afonsus.
De las persecuciones amatorias padecidas por Valerius
Frag. 45, KD.
… y ellos también dicen que, cuando daba clase, solía pararse junto a la ventana y guardar silencio durante un momento mientras contemplaba los árboles. También varias fuentes refieren que, después del momento de silencio, como si hubiera sido iluminado por la paciente claridad de una idea, tornaba la vista al grupo y continuaba la discusión. En un pequeño escolio al margen de un tomo de su De Problematibus Libertatis, se narra como en una ocasión, al volver de sus arbóreos raptos extáticos y tornar la mirada hacia el grupo, se encontró ante la hórrida imagen de una astuta alumna que, infundada en minifalda, en ese mismo instante abrió las piernas. Horrorizado por tan espantosa contemplación, inmediatamente volvió la vista hacia otro lado y trató de continuar con la argumentación anterior… sin éxito alguno.
Frag. 76, KD.
Valerio: me propongo de tu San Posidio, de tu Porfirio, de una exagerada Plutarquina… recopilaré testimonios del candor de tu presencia, haré de tus anécdotas ejemplos de la virtud más alta, ícono de acciones prudentes y libres. Y omitiré, prudente, que se me quebró el corazón cuando supe que quizás partas, y que fue cuando descubrí que tengo el corazón de mujer, y que de tal determinación mi angélica mente es esclava.
Frag. 38, KD.
…han de saber ustedes que le puse Valerio por la mera etimología del nombre… por la dedicatoria de un cierto libro de pastas color ladrillo… porque me conmovió que la primogenitura no se la halla dado a la sabiduría sino a la valentía… puesto que ese hombre, phantasma que en mí mueve los afectos, es hombre de acción –pues se dice que para ellos la contemplación era la acción más elevada.
Traducción de Amadís Pylily a partir de la
edición gofa preparada por Atanasio Hylily