17 mayo 2011

Dresde (Carta cerrada)



Dresde (Carta cerrada)

¿Lo recuerdas?
¿Qué hacías en Dresde?
Nada, supongo que tiene más sentido hacerme a mi esa pregunta.
Tú, aquella vez, naciste en Dresde. Apenas te entendía. Nos hablábamos en francés. Ahora yo no entiendo un pito del francés. No significa nada para mí salvo dos o tres palabras atrapadas al vuelo.
Nos costaba tanto trabajo entendernos. Tú francés era difícil para mi, mi francés era confuso para ti. Pero no podría explicar en qué consistía la dificultad.

Ya no sé francés.

O lo correcto sería decir: yo no sé francés.

Nunca lo he sabido y, sin embargo, entonces era la única vía de comunicación que nos quedaba. Lo aborrecía tanto ¿sabes? me parecía un idioma afectado, sobrado de vocales, pronunciado con la nariz ¿o es que así me parece ahora? Quizás algo de aquél pasado que no me pertenece ya lo aborrecía. Y es que en aquellos momentos no deseaba hablarlo mejor para que me entendieras. Entonces hubiera querido pensar y sentir en tu lengua, fuera cual fuera. Quizás tu deseo fue mayor que el mio, así que el que nació pensando en la mía fuiste tú. Pero ¿qué sentido tiene todo esto? Ese pasado no es mi pasado ni tu pasado. Ésta, en la que escribo, es tu lengua tanto como la mía. Quizás, entonces, se me concedió tal cual, y soy yo quién piensa en la tuya.


La pregunta más bien es ¿qué hacía yo en Dresde? No lo he podido averiguar. Lo único cierto es que estaba de paso, como por accidente. ¿Qué asunto tenía yo ahí, en esa ciudad asediada y en peligro? O quizás llegué ahí como todo aquél mar de gente llegamos: veníamos huyendo de todas partes, de todos los aviones y todas las tropas.

Y… ¿qué hacías en Dresde?

¡¿Qué más da qué hayas nacido en Dresde?! No eras un ciudadano ahí, nada más, como todos aquellos invadidos por las hordas de gente huyendo de todos lados, creyendo que jamás caerían los bombardeos sobre sus catedrales.

Recuerdo –esos recuerdos que no son míos- recuerdo que en un ataque de rabia golpeaste con el puño la pared y gritaste algo en alemán. Finalmente volteaste y me miraste asustada y luego me tradujiste en esa lengua que era tan difícil para ambos. Algo así dijiste –pues no recuerdo el francés pero sí el sentido–, algo así como que si volvieras a nacer lo harías lo más lejos posible de Alemania. Supongo que ahora no lo creerías. Supongo también que aquél fue un deseo tan grande que se te cumplió a final de cuentas. Pero a ti no se te cumplió nada, porque ese no es tu pasado, y aquellos no son recuerdos míos de ti. También supongo que no se trataba de que naciéramos juntos, en la misma tierra ni en el mismo tiempo. Quizás sólo el suficiente para despedirnos, porque aquella vez no nos dejaron.


Te fuiste de Dresde tres días antes del bombardeo. Prometí esperarte y no moverme jamás de ahí hasta volverte a ver. O quizás es que mi francés era difícil y torpe y redacté mal la promesa. Y quizás sólo quedó claro que no me movería para esperarte hasta volverte a ver. Pero omití el dónde. Y quizás por eso fuiste tú el que llegaste hasta acá, de donde no me he movido.


********

Todo es confuso. Llega la información como si de recuerdos se tratara. Pero no son mis recuerdos. No son tus recuerdos. Si te contara todo esto te parecería inverosímil. ¿Qué sentido tiene que averigüe quién fui y quién eras? Sólo sé que naciste en Dresde –aquella vez ahí naciste– Sólo sé que no éramos amantes, ni familia y, sin embargo, nos unía un profundo cariño. Pero ¿quién eras? ¿qué de mi? Y ¿dónde nací yo?


Recuerdo tus ojos, los ojos de ese tú que no es tu pasado. Eran como lo son ahora, entre marrones y verdes; y creo recordar que alguna vez me atrapaste tratando de averiguarlo y te me quedaste mirando y entonces me sonreíste y sonreí y entonces creí que ni la muerte ni el tiempo serían suficientes para nuestra sonrisa. Y acaso así ha sido.

Las llamas arrasaron Dresde, eso he leído. Pero sé y recuerdo que entonces de pronto un calor sofocante llenó la oscuridad de los pasillos donde nos refugiábamos, y el refugio fue mi tumba. Recuerdo la inverosímil certeza que tenía de que volvería a verte. Y aun ante la inminencia de la muerte, la certeza no quiso abandonarme. Cerré mi puño ¿qué guardaba ahí? ¿un amuleto, un anillo, qué era? ¿acaso el símbolo de tu promesa? ¿cuánto tiempo más me sobreviviste? ¿te enteraste de cómo fue arrasada la Florencia del Elba?

El Elba.
Entonces juramos volver a caminar juntos su ribera como aquella tarde. Algo tenías que contarme, una historia que dejaste a medias. Yo me quedaría esperándote sólo para enterame de su desenlace. ¡Lástima, entonces, que estos no sean ni mis recuerdos ni los tuyos, porque jamás ocurrirá!

¿Y por qué me contabas cuentos? ¿Por qué me llevabas tomada de la mano por la ribera del río mientras me contabas unos cuentos? ¿Por qué sentía que me guiabas como si fuera yo una niña y tú mi guía?

Entonces sobreviene otra imagen: tú eres joven, tendrás acaso veinticinco años más o menos. El cabello negro, rebelde se despeina con el viento de verano. Pero… espera… es que eres demasiado alto… o yo soy muy pequeña. Recuerdo entonces que me llevas de una mano y que con la otra voy jugando con mis trenzas. ¿Cuántos años tengo? Tienes hijos y me cuentas de ellos. Me los vas a presentar para que juegue yo con ellos… soy una niña.

Y por eso mi francés es tan difícil. ¡Si tú lo hablas perfectamente! Sólo por una vez, al conocerte, no odio las odiadas clases de francés, no odio las tardes de canícula en casa de Mayte, mi maestra de piano allá en mi país. Porque me hablas de música, porque tú eras músico… y me llevas con tus largos dedos de porcelana por la ribera del Elba mientras me enseñas una canción en alemán.
Yo quiero enseñarte una cancioncita en castellano. Me río de tus “erres”, me río y me tiro sobre el césped y no paro de reír. Y tú muy serio me miras y te enfadas y me retas a que yo pronuncie las “erres” de tu idioma. Y yo trato de probar con “Berlín” y te ríes entonces de mi, y yo me afano y me afano. Y luego, rato después, una samaritana que me escucha, me explica que en “Berlín” no suena la erre. Y más tarde voy muy enojada a reclamarte y entonces, te recuerdo sentado bajo un árbol ensayando y ensayando la erre rodada… y yo guardo silencio para que no me mires y me quedo del otro lado del árbol oyéndote un largo rato. Era un día de campo.

Pero es tan inverosímil esta historia que mejor me la guardo. Porque me acusarías de dualista o, peor aún, de pitagórica. Y entonces yo tendría que citarte al confuso Tomás para probarte que algo perdura mas no la memoria me contestarías entonces. Y ¿qué podría responderte yo, indefensa, sin argumento alguno para responderte? Porque los afectos se llevan en el cuerpo y el mío se evaporó bajo el ataque de los Aliados. Pero ¿y el tuyo? ¿qué fue de ti, entonces? ¿qué fue de aquellos ojos ni verdes ni marrones, tan parecidos a los que ahora llevas en las vivas cuencas que me miran de vez en cuando?

En la ribera del río me prometiste contarme el final de aquella historia. Lo juraste y algo me diste en prenda. Y heme aquí sin el símbolo de la promesa y tú sin el desenlace de la historia.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

De quién serán esos ojos casi marrones y cuál será esa promesa que nunca se ha cumplido?

Cómo entender esa falta de entendimiento y de lenguaje común entre dos personas?

Qué fue el bombardeo que terminó con las posibilidades de que la historia continúe?

Felicidad Batista dijo...

Esponjita, aunque no lo parezca todo empieza a ordenarse. Es decir, ya has arrancado en Dresde, esa ciudad tan lejana, que te rondaba, en el extraño idioma (llámese francés, chino cantonés, arameo) en el que hablan los amantes. Y en ese desenlace por venir sobre el que nos has abismado a los lectores.
Esponjita, tu relato me encanta, me seduce, me atrae, dan ganas de leerlo, de seguir leyendo, está lleno de insinuasiones, elipsis, imágenes de de otra época en un mundo hostil y donde dos seres humanos se enredan entre palabras y silencios; ya espero la siguiente entrega.
Gracias por citarme pero me limito a animar a escribir a quien tiene talento.
Un abrazo y a seguir. Ah, me alegro que ya no estés con Larsson.

Naxos dijo...

Esponchis:

He leído este inicio del cuento y no voy a mentirte: me gustó la atmósfera narrativa pero de pronto logré ver párrafos enteros con posibles reflexiones filosóficas intercaladas O.O igual, no sé..pienso que por más que uno escriba sin proyectarse siempre hay puntas que hacen saltar toda cosmética y hablan de quien escribe O.O

¿será que en el conflicto amoroso de un romance tipo 'lost in translation' puedan ir surgiendo esas verdades 'nudas' que la propia lengua madre nos impide desentrañar, oh pero que no vienen solas, sino que desfloran el pensamiento y la voz de quien escribe?

adelante con ello

;-)

une autre vie dijo...
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