29 agosto 2012

En estos días...

Decir que las cosas son como son y no como deben ser lleva implícita una deontología de todas maneras. Dicho en otras palabras: declarar eso es simplemente decir que las reglas y las leyes están en un lugar diferente al que creíamos, no que ellas no existan. Alcanzar la ataraxia espiritual implica aceptar que su legislación nos es inaccesible y está más allá de nuestra corta episteme moral. 

Llegar y decir que chingue su madre el guapísimo tipo de la camisa negra porque no me hace caso del modo en que quiero que me haga caso, eran nomás ganas de desquitarme por la enorme frustración que traía ayer. El día de hoy lo planee para llevar a Chupacabras al veterinario y que la eutanasiaran. Pero, casi como adivinando que lo iba a hacer ¡se salió del departamento! Así que no lo hice. Si tiene fuerzas para proteger su vida, y si en la noche llego con una lata de Whiskas y se la come con enorme placer, entonces no lo haré todavía. Que se acabe a gusto su lata. Luego la limpiaré con toallitas de bebé, y le cantaré canciones. Ayer nada más estaba estreñida. Ya me dijeron los veterinarios que la van a evaluar. 

Sigo leyendo el Commentarium Magnum de Anima de Averroes. Por las prisas sólo había leído con cuidado los capítulos que supuse traerían lo que me interesaba. Falta de sistematicidad, la mía. Ahora voy sin saltarme nada. Digo, cuando entra en el rollo metafísico del hilemorfismo no me tardo mucho tratando de entenderle. Pero luego dice cosas importantes, y al menos ya armé un argumento que, la primera vez, tenía incompleto. También leí en asunto del olor: ahí, para mi gran sorpresa, es el primer lugar donde aparece explícito el asunto de dos modos de ser, ser espiritual y ser corporal. Y, gracioso, lo menciona para explicar cómo le hace el olor para recorrer grandes distancias sin apelar a una teoría estoica de la mixtura (esa de la gotita que se rarifica infinitamente para alcanzar toda distancia posible). 
Recuerden (o yo debo hacerlo) que leo a Averroes para encontrar qué sacó de ahí Alberto. Y las cosas van bien. 

Pues obviamente el trabajo no lo voy a dejar. ¿El inglés? Ya me dijo mi mamá que no sea idiota. El inglés no. Que al gimnasio puedo ir dos o tres veces a la semana, dice Ely. Y aunque me apendejé el martes, el griego está comenzando a funcionar de nuevo. Uno no puede pasar la vida con Alberto sin haber leído la Metafísica. No lo voy a dejar tampoco. Y como diría Don Demiurgo, se trata de saberse organizar. Así, pues, si he podido aprender a administrar el dinero, eso voy haciendo con el tiempo. 

¿Y las ganas? ¿esas cómo se pueden administrar? No sé. Quizás haciendo poesía y cuentos para mi muy amado Valerio. ¿Qué, si no puedo desabotonarle algún día esa camisa? Su cariño, como es, me basta y sobra.

Y si ya hasta me cae bien la esposa del Danilo, ¿qué más puedo pedir? Y sigo construyendo el ala oeste de mi Catedral. Es para Alberto, pero siempre voy pensando en el caballero de los ojos castaños animados por algunas chispas verdes. Su cariño, como la gotita de vino en el mar, no se agota.  

*Somos polvo ... de estrellas. Y a ellas hemos de volver. Humildad estelar, deberían llamarle.* 

Negro



No me saludó. No se despidió de mi. Pero antes de poder hacer un remolino emocional el peso de la realidad me cayó encima. 

Chupacabras tiene cáncer y ya está muy mal. Antes de poder sentarme y pensar en lo bien que se veía de negro, veo a mi gata vomitando porque ya no puede hacer del baño. Y son las doce de la noche y no puedo llevarla al veterinario. Y no puedo postergar su último día, cuya decisión cabe en mí, y que sé que, postergarla, es provocarle dolor. Y la postergo porque me provoca dolor. Dolor. Dolor.

***

Aquello es una comezón, le decía al novio de mi nueva amiga. Uno obtiene un montón de placer de rascarse aunque se arañe y se haga daño. Alguien "racional" no entiende que aquello es tan incontrolable como golpearse el dedo chiquito del pie. O bueno: con lo del dedo del pie uno no puede hacer, en ese momento, nada más que aguantarse el dolor y la frustración. La finalidad del autocontrol es tener los huevos para, ante un ataque de 'comezón' espiritual, aguantársela con la misma entereza. 

Es lo que los "racionales" no comprenden. Pero cuando lo comprenden, aprenden que sólo pueden dar comprensión ante el esfuerzo titánico que es no seguir rascándose. Comprensión: la única ayuda posible. Lo demás queda en uno. En uno. 

***

Estoy oyendo la Obertura 1812. La alegría y las campanas de la victoria rusa sobre las tropas francesas. Nuestro 5 de mayo no es nada comparado con Tchaikovsky y la Catedral de Cristo Salvador. Y a pesar de Stalin se yergue, de nuevo, la Catedral. Y contra Tchaikovsky nada pudo hacer. Y quiero llenarme la linfa de pneuma victorioso: que este duro invierno destierre al enemigo.

***

No se despidió de mi. Iba vestido de impoluto negro. Nunca podré arrancarle los botones a esa camisa. Verlo, ir a verlo, es sólo aumentar una comezón que, a estas alturas, ya sólo provoca llagas. Ir a verlo, ir a verlo, ir a verlo. Tantas pasiones que despierta, que desata, que alebresta. Nuevas y añejas. Novísimas y antiguas. 

(*se oyen los cañones, se oyen las campanas, se oye la Marsellesa*)

***

Iba a renunciar al trabajo. A un trabajo que me cayó del cielo. Que no es pesado ni física ni espiritualmente, que me da tranquilidad económica y me está enderezando el espíritu. Duele, sí, como el primer día de los brackets, de los zapatos ortopédicos. Pero ¿sabes? aquí sólo la paciencia funciona. Los huevos. Huevos. Ovarios. 

***

Llevo años alimentándole el ego. ¿Por qué el mío se da cuenta de eso? Es que ¿acaso le importa? ¿le está comenzando a importar? Quizás sí, pero no puedo darme permiso de ello. Su amor y generosidad conmigo siempre ha sido dulce e inmensa. Cuando de veras no me importaba acariciarle el ego con todo mi amor, el jamás abusó de ello. Me quiso y me protegió. Y yo lo único que quería era arrancarle los botones a esa camisa. Esa camisa negra. Camisa negra. Famongomadán. 

***

Mi gata sufre. Mi mente busca ramas para alejarse de la tesis. (*suena la Marsellesa*). No puedo dejar el trabajo. Tengo que CORTAR la tesis. Ahora entiendo tan bien es de "las tesis no se acaban, se abandonan". Mi tesis sufre. Tengo que tomar la decisión. Postergarla es provocarle dolor. 

***

No seas tan hermoso, por el amor de dios. No seas tan bellísimo. No andes con tu andar de gacela, no hables con tu voz modulada, no muevas así tus elásticas manos. Demiurgo, motor inmóvil que mueve las entrañas del mundo. 

Sé que soy una de tantas enamoradas. Una de un mosquerío que pulula al rededor de la fruta madura. No soy más original ni lo hago con más intensidad que cualquiera. No soy Tchaikovsky ni te puedo construir la Catedral de Cristo Salvador. Una Catedral entera valdría poderte arrancar los botones de la camisa negra. 

***

"...der Widerschein spielte in den braunen, von einzelnen grünen Funken durchwärmten Augen..."

Él es lo sublime. A él es la Catedral de Cristo Salvador y la Obertura 1812

***

Te quiero...

Me encontré esta imagen de un libro que sí existe.
No mamen: tenía que ponerla en este blog...
¡JA!


25 agosto 2012

Godinato

Lo que sí debo decir de mi trabajo, es que es lindo el ambiente, porque convivo con puros universitarios. Muchos son de la H. Facultad de ciencias pollíticas, pero hay de todos lados, de la ibero, de la up, del claustro, de la anahuac y de otras escuelas de periodismo que sé que son famosas pero, ejem, que no me acuerdo cómo se llaman.

Inventaron, por ejemplo, el "Premio Godínez". Son la pura onda... 

"Godínez" es un término que aprendí en tuiter. ¿Recuerdan una película de los cuarenta "Guitierritos"? Algo así más o menos. Para entenderlo mejor, mire aquí: "Un Godínez no nace, se hace"

Como pueden ver, es un término peyorativo y discriminativo: el Godínez es un empleado destinado a ganar poco dinero y que sobrevive apenas, espiritualmente, a la esclavitud oficinil. Las prácticas de sobrevivencia, tanto económica como psicológica, son las actitudes Godínez.

Me da la impresión de que, finalmente, el término es un peyorativo que adquiere su sentido por su opuesto: el freelance. Uno goza de estabilidad económica y el otro de posibilidad de crecimiento. Pero no me voy a poner a hacer filosofía sobre el godinato. La explicación venía a cuento para que entendieran el sarcasmo detrás del Premio Godínez.

Y de todo esto caí en cuenta porque hoy, mientras desayunaba en la "cocina" (que es un cubículo con mil microondas y un refrigerador gigante), entró llorando una chica. No tengo idea de qué trabaja pero está en la misma oficina donde están los chicos que se encargan de nuestros cheques y esos asuntos. Narraba a la jefa de limpieza, con lagrimones, cómo estos chicos la habían hecho repelar. Para colmo, en el pináculo de su furia, gritó que eran unos indios y de pronto comprendí cómo su wannabismo era la única manera de defenderse del bullying del que fue objeto. Y eso se me hizo tristísimo. Todo: el bullying, el wannabismo racista... y fue cuando aprecié que, de este lado de la oficina, la gente es sarcástica. 

Y sigo cansada. Así que me voy a dormir y mañana sigo. No, no con este post. 

Ya me juí. 

23 agosto 2012

Ariadna




Pensaba en Hansel y Gretel. Iban dejando piedritas la primera vez. La segunda vez fueron pedacitos de pan, y entonces los pájaros se los comieron. No había nadie que previera por ellos y les diera un hilo, como el que la ilusa de Ariadna le dio al traidor de Teseo. Pero Dionisio la vengó. Y luego Jasón. Al menos le cumplió a Medea y tuvieron sus hijitos. Es que a las brujas nos va del nabo si nos enamoramos. De Medea no se enamoró ningún dios, pero su abuelo era ni más ni menos que el Sol. O al menos así me acuerdo de la historia. 

Pero en el inter en que nuestras mágicas influencias vienen a rescatarnos, la pasamos francamente mal. La cosa es que, en el momento de la mayor oscuridad no sabemos si somos Hansel y Gretel o una verdadera bruja griega. 

***

Hoy pasó algo raro en el trabajo. Es un trabajo que, digamos, no es chocante. Pero luego de un mes de hacerlo uno comprende que se va a pudrir ahí. Para empezar no tengo dones mágicos para hacer copies ingeniosos. Luego hay restricciones por aquí y por allá: que humor negro no. Que si hablamos de seguros omitamos el hecho de que los compramos porque tenemos mucho miedo. O porque el sistema de salud mexicano ha fallado y hay muchos capitales dispuestos a sacarnos hasta el último céntimo. O que hay que seguir vendiéndole papitas a los niños, aunque sepa yo lo tremendamente dañino que es eso. Bueno. Va. Hay cosas buenas sobre ese trabajo: es como ponerse los braquets, va domando al sueño y otras cosas. 

Pero hoy pasó algo raro. Una cellista es la que decide qué textos son aceptables y cuáles no. Y el 99% de las veces todo funciona muy bien: es buena para ese trabajo. Pero a veces comete dos o tres dislates como decir que "muy espectacular" es redundante como lo es "más óptimo". ¡Ok! si algo aprendí en Clásicas es no pelearme por cosas que "no valen la pena": digamos que su "intuición semántica" la disfraza de un conocimiento técnico que no tiene, y sólo ha cometido ese error. Pero hoy teníamos que hacer un copy para presentar la cuenta de Twitter para la aseguradora. Y a todo lo que proponíamos R. y yo nos ponía objeciones. En una de esas no me aguanté y le pregunté que por qué tal objeción. Se enfureció (se fue a comer, no expresó su furia, pues). 

Lo primero que pensé fue: ay mensa de mi. La traté como a un filósofo. Sé que, salvo entre filósofos, ponernos peros no se hace. Pero era falso. Dudé mucho antes de objetarle: sospechaba que pasaría lo que pasó. En el fondo no es que crea que sólo los filósofos admiten objeciones, o que son capaces de no tomárselas como ataque personal. No. Quienes se sienten muy ofendidos son gentes inseguras. Y la inseguridad aumenta tremendamente cuando la gente trabaja en aquello para lo que no estudió. 

Y no lo digo porque sea cellista. El 90% de mis compañeros son comunicólogos. Sin embargo casi todos estudiaron para producir radio o televisión, o para periodismo, y todos nos dedicamos a manejar cuentas de FB y TW. Intuyo que los creativos y administradores reales son quienes estudiaron para publicistas. En pocas palabras, de quienes la hacemos de Community Managers nadie está haciendo aquello que quería hacer. Y muchos incluso ya trabajaron en lo suyo: haciendo cine, radio o periodismo. En el fondo tengo la sensación de que todos nos sentimos de paso. No en la empresa sino en la actividad que realizamos. Lo que habrá de verse, es quienes aún poseen el hilo de Ariadna y quiénes dejaron moronas en el camino. 

***

Vuelvo la mirada hacia atrás. Me siento muy cansada y, encima, tengo que vencer la angustia que me provoca la tesis. Me pregunto si mi voluntad es de harina con huevo o del mágico elemento con que Ariadna tejió el hilo. 

Siento el cansancio apretarme como enredadera. Respiro hondo, entonces. Don't panic dice la guía del viajero intergaláctico. Don't panic, digo. Un pasito detrás del otro. Un pasito detrás del otro. Aférrate al hilo, digo. No eres Teseo, eres Ariadna, su tejedora. Confía en él. Confía...

20 agosto 2012

Autoayuda barata nivel asiático.



Les voy a explicar cómo funciona esto.
Uno es de esas personas que dan muchos consejos. Agarra al pobre amigo, lo analiza con sus super poderes analíticos y lo deja desbaratado (aunque a veces uno es injusto). Un día descubre que tanto con su situación emocional como con su propia tesis tiene que hacer lo mismo que con sus amigos. Con la tesis, la agarra y la lee como si fuera de un alumno o un amigo. Uno quiere al amigo y al alumno y los lee sin piedad pero con cariño. Y luego le ofrece soluciones. Así debe uno leer su tesis, su problema con la tesis, y ofrecerse soluciones. 

Lo mismo pasa con la cuestión emocional. Uno debe escucharse frente a un espejo. Luego analizarse sin piedad. Decirse cosa como: no es que de veras te angustie todo eso que te angustia, es nada más un pretexto para sacarle la vuelta a tu único pánico en la vida, que es la tesis. Y tanto miedo tienes, que eres capaz de inventar tragediones, provocarte una herida para tener que estarte rasque y rasque, y ese rascar, que te hace llorar, te provee de las lágrimas que tanto placer te provocan. Ya lo dijo Aurelio Agustín: sólo encuentras, a tu miedo, consuelo en el dulce placer de las lágrimas. Y te dices esas cosas sin piedad. Y como ya estás más fuerte, pos te controlas... lo más que puedas. Y si caes, pues te levantas. Y te aguantas, que esa pinche tesis tiene que salir YA, porque eres lista y sabes cómo resolverlo, y nada más tienes que cerrar los ojos y aventarte. Así de fácil. 

Así, así funciona. Hacerse responsable de uno mismo es eso: no va venir Daniel a escribirte la carta oficial, ni una hada mágica a hacerte los trámites frente al CONACyT, ni mamá a pagar la renta para que puedas seguir viviendo solita con tus gatos, ni la veterinaria va a curar a Chupacabras mágicamente. Ni el griego se va a traducir solo, ni Averroes se te va a aparecer en sueños para explicarte. Hay un lugar, un pequeñísimo lugar donde estás absolutamente sola. Lo que tienes que resolver es francamente muy poco: sólo eso. Ahí está tu Demiurgo y tus amigos y tu mamá: para lo que pueden estar. Pero tú tienes que resolver eso que sólo tu puedes resolver. 

Cuando mi abuelita tenía 16 años se embarazó de mi Tía Malena. Cuando acababa de nacer mi tía, la tía de mi abuelita, con quien vivía, la corrió de la casa. Y mi abuelita contaba que sintió cómo salía al mundo caminando sobre una tablita, toda enclencle y que se tambaleaba, y al rededor estaba lleno de espinas. Que pensó: me voy a morir. Y luego decía: pero ¡mírame! no me morí. Y cuando uno se iba a quejar de cualquier cosa, ella decía: ¡pero yo fui huérfana! Y ante ese argumento, se callaba todo mundo. Era el ad horfanatum

Bueno. Vale pues. A hacer lo que hay que hacer. Que un buen don es la capacidad de no engañarse. Y aunque duela un chingo, pos hay que aprovecharlo. ¡Total!

Lo peor que puede pasarte es morirte, decía mi abuelita. Y pos sí. 

19 agosto 2012

Tesis (último reporte)

Les iba a contar de qué iba la tesis por ahora, pero caí en la cuenta de que sería una pérdida de tiempo (mejor la hago). Tengo muy pocos días para acabarla. Pronto irá en forma de regalo de cumpleaños. No nos veremos en algunas semanas. Pero los quiero. 

(y si escribo cosas azotadas sobre mi Valerio, no les hagan mucho caso: lo quiero mucho... y él también, a su modo y como corresponde, me quiere. Total que todo es mucha querencia.)

Nos vemos pronto. Deseénme fuerza y voluntad... y el favor de mi diosa, Fortuna. 

...velut Luna...

14 agosto 2012

Palabras que tendré que decir antes de morirme







Te quiero
[ponga aquí el nombre del innombrable]
(pista: vaya a la etiqueta del post)
(aclaración: no, su nombre verdadero no es ese)
(pero no lo voy a escribir, porque éstas son palabras que se dicen)
(se fonean)
(se imprimen en la materia sensible que es el aire)
(y encuentran su disolución en su corazón de fuego)
(y, como granitos de azúcar, se hacen caramelo)
(y yo bajo el circuito como monito elástico)
(y voy dejando un caminito pegajoso detrás de mi)
(y voy, amarga y dulce, como el caramelo)
(y siempre soy poca cosa, y nada frente a él)
([para mí soy eso. Él sólo dice "¡Ay Paloma!")
(y yo me voy repitiendo "¡Ay mi!"])
Te quiero




ni que fuera para tanto







***

Y sí, así fue. 
Para tanto.

¡¿Quién me creo yo?! ¡¿Quién para atraer la atención (intentio, dice Agustín intentio) de los enormes ojos y su sonrisa.?

me querías por valiente. Y ahora soy un saco de autocomplaciente cobardía

Voy arrastrando mi ser de caramelo por todo el circuito. Te veo pasar. Una, dos, tres veces. Te despido con la mano. Y voy pensando ahora en mi. Pienso en que te quiero. Sí, sí, te quiero en otro sentidos también (quizás sin esa otra querencia esta historia sería menos tortuosa, aunque menos apasionada). Y voy como el Franz de Kundera pensando en mi Sabina ideal. ¿Eres tú? Voy pensando: "ahora cree que soy una cobarde. Que me he vencido. Que no era lo que él esperaba. ¿Dónde me dejé? ¿Dónde? ¿Por qué ahora me doy permiso de sucumbir ante mi miedo? ¡Yo te tenía miedo! ¡Pánico! Veía a un tipo flaco de traje y me daba la impresión de que eras tú. Entonces un rayo atravesaba mi espinazo hasta que razonaba que tú no tenías nada que andar haciendo en una tiendita de la Portales. Pero me dabas rabia. Entonces me complacía en ganarte las discusiones. Pero eso jamás te humillaba, al contrario: eres buen espadachín, grandioso deportista del entendimiento. Y además te admiraba infinitamente (y en presente y en futuro). Y entonces te deseaba (y en presente y en futuro y en eres perfecto). Pero ahora, además, te quiero. 

La perfectamente esférica lágrima te refleja. No hallo el corazón. Voy y busco aguja e hilo, y de las tripas me hago uno (aunque en eso de ser paradigma no estás sólo. Mi Sabina no eres tú –y por eso puedo amarte– sino el otro caballero, al que le debo una tesis, y en quien procuro no pensar porque sólo oigo cómo piensa "¡Ay Paloma, cómo me has decepcionado!" 

Me voy bajando el circuito pensando en cómo dijiste "¡Ay Paloma!" Y me voy repitiendo "¡Ay mi!". Y sigo haciendo de tripas corazón... caballero invencible.





12 agosto 2012

Nemoroso


En Galaor de Hugo Hiriart, dos personajes que guardo mucho en la memoria: Nemoroso y Famongomadán. El primero es un coleccionista de monstruos y el segundo, el caballero invencible. Cada uno me recuerda a cada exnovio mío (o a cada novio que tuve, como se oiga mejor). Mi Famongomadán era Miguel, que hasta la fecha tiene su porte principesco, su voz de barítono, y en aquellos tiempos adolescentes practicaba Kung Fu. Además tenía el cabello largo, pero realmente largo: le llegaba a la cintura, y mi placer consistía en cepillárselo (y luego a escondidas le hacía trenzas y él me reprendía con ataques de cosquillas). Su andar era el de los gatos, y su don de gentes innato y caballeroso. Y lo extraño (¿eh? ¿leíste? Te extraño ¿eh?).

Claro, en cierto sentido, el segundo exnovio es a la vez ambos personajes de Galaor. Cuando conocí al Danilo yo era una sombra, una mosntruosa princesita taxidermisada y con un alma muy herida y llena de suturas. Y yo lo veía como una especie de Famongomadán intelectual. Pero él, tiempo mucho pasó para darme cuenta, era en realidad un Dr. Nemoroso que se enamora de monstruos. Si han leído Galaor, saben que sólo el amor que Nemoroso le profesa a Brunilda es capaz de romper el hechizo: sólo él es capaz de amar, con amor sincero, al monstruo que es la pequeña muñequita taxidermisada. Y así me amó él. Pero ese amor, al romper el hechizo, la devuelve a su condición de princesa. Y así, Nemoroso, ya no la quiere. 

La historia es larga y complicada, y rebasa con mucho la analogía, pero quedémonos en sus linderos y digamos así: cuando me volví a mi condición de princesa, yo seguí amando a Famongomadán, pero ante mi sólo quedó un Dr. Nemoroso desilusionado con el esperpento que su amor había creado: la princesa. Pero el alma de mi caballero invencible ya había transmigrado a otro cuerpo (ése al que tanto le escribo aquí). Y Nemoroso siguió en la búsqueda de su nuevo amor y, al parecer, al fin lo ha encontrado y hasta lo desposó. Y mi amor a Famongomadán, como en la historia, es trágico.

No puedo dejar de agradecerle a Nemoroso el haber obrado el hechizo con su sincero amor. Claro, la metamorfosis fue tremendamente dolorosa, pero ya ocurrió. Y, en conformidad con la Fortuna, me complazco en la suerte que tuvo de encontrarse, al fin, a su Brunilda muñeca. La Brunilda princesa, que ama a su imposible e invencible Famongomadán, dejará escurrir una perfectamente esférica lágrima, donde su grácil figura se refleje, y seguirá su camino...

última bola

Último relato de la bola. Sí, decepcionante. Pero hay que asumir los finales como son.

bola



¿Por qué le dimos la bola? ¿por puro espíritu científico, es decir, para ver si con él funcionaba? ¿simplemente para quitarnos del problema? Mitad y mitad del asunto. Era injusto dejarle a él un problema que él no se lo había buscado. Además nos había salvado de chamuscarnos bajo la ira del rayo. En todo caso necesitábamos su ayuda: sólo él podría decirnos si la bola era una alucinación mutua o tenía algo de real. 

Entre las instrucciones que redactamos antes de entregársela, venía la de tratar de vernos a nosotras siguiendo los pasos con los cuales lo habíamos tratado de ver. Que estaríamos preparadas muy científicamente, al menos esa semana. Ultimadamente eso no tenía que afectar el desempeño de la bola. Y si lo hacía, pues que probara con alguien más, total, que no tenía que contárnoslo –al menos no con nombres, ¿verdad? ni con detalles–. Bastaba que dijera que sí funcionó. Y que si creía que estábamos locas de atar, pues que pusiera la bola en su librero y se olvidara del asunto. Que confiábamos en su memoria de caballero. 

Pasado el plazo, ella y yo nos juntamos a intercambiar experiencias. Razonamos que eso de estar 'preparadas' quizás no afectara el funcionamiento de la bola, pero sí nuestra experiencia frente a ella: a cada rato nos sentíamos observadas, pero ello debía deberse a que estábamos sugestionadas, sobre todo porque esa sensación nos dio a las dos con gran fuerza justo la tarde en que nos lo encontramos en un café. 

Sin mediar palabra sobre el asunto nos sentamos a tomar un café y los tres, cada rato, volteábamos detrás de nuestros hombros. Tratamos de hablar del evento del rayo, de cosas cotidianas, pero no atinábamos a tener una conversación fluída... o ningún tipo de conversación. Antes de irnos trató de decir algo sobre la bola, pero se arrepintió. Sólo nos dijo: por cierto, sobre 'ese' asunto... no, no están locas. Pero ninguno de los tres quiso continuar. Nos despedimos y esperamos a que terminara la semana para averiguar el porqué de aquella extraña declaración. 

Pero sobre la bola, en realidad, quedaban ya muy pocas sorpresas. La primera es que el único día en que fuimos observadas fue ése. La segunda y obvia, es que había una cuarta persona involucrada. Él nos lo contó por puro espíritu científico pues decía que, de otro modo, jamás nos lo habría revelado. Esa tarde del café en el librero de su casa –siguió estrictamente todas las instrucciones del papel que le habíamos dado– la bola comenzó a emanar colores enloquecidamente. Al parecer la bola se encendía frente a la presencia femenina que, en ese caso, fue la Señora de B. Al ver los colores, tomó la bola y la colocó sobre la mesa. Ella no estaba advertida de sus poderes, pero algún instinto la llevó a repetir los pasos correctos y, de pronto, vio los ojos de su esposo. Asustada por el prodigio (y un poco molesta por la escena que la bola mostró) él tuvo que contarle la extravagante historia que incluía, por supuesto, el acontecimiento del rayo. 

Él nos contó aquello mientras nos devolvía la bola. Antes de que otro rayo amenazara con partirnos otra vez, lo mejor era deshacernos de ella... nos sólo por eso: él no quería saberse observable por nadie. Quizás habría que devolverla a la tienda. Pero ¿y si caía en manos de cualquiera? le contestamos. Quizás lo mejor es que él la conservara, guardada. Pero él temía otro evento como el del rayo. ¿Y si eso no había tenido ninguna relación? pero ¿y si sí? y ¿quién sería el valiente en tratar de reproducir los acontecimientos para averiguarlo? 

Había muchas más conclusiones y preguntas qué hacernos acerca de la bola, pero la franca verdad temíamos, realmente, creernos todo lo que había pasado. ¡Éramos filósofos! No podíamos simplemente aceptar los hechos y comenzar a poner en duda todas nuestras certezas cotidianas. Tendríamos que haber ido a un psicólogo o psiquiatra para descartar una alucinación colectiva. Y ¿luego? ¿qué tal si acababa removiéndonos más certezas que las simplemente metafísicas? 

Finalmente me devolvieron la bola. Yo prometí ponerla en mi librero y no caer en la tentación de volverla a abrir cuando se pusiera toda colorida. Pero la bola no volvió a colorearse, o al menos no durante mucho tiempo. Cuando volvió a hacerlo y, débil, caí en la tentación de usarla otra vez, ya no fue para verlos a ellos dos. Pero esa historia no se las contaré, al meno no, por ahora. 

E igual que las Olimpiadas, con este relato concluyen los cuentos de la bola de cristal. 

10 agosto 2012

Don't Panic (sigue sin aparecer la bola)

Uno no puede andar por la vida tratando de catalizar un reborujadero de emociones a través de la literatura. No. Tiene, además, que sobrevivir a ellas. Y hacer otras cosas más provechosas, como trabajar como castigo a no haber terminado la tesis a tiempo. Y, mientras trabaja, estar toda angustiada porque no ha salido la tesis. Y luego encontrarse con que el trabajo no es tan malo pero, finalmente, no llena. Eso. Una cualidad de este tipo de carreras como la filosofía es que pueden llenarlo a uno. O uno trata de repetirse eso sin cesar. 

Es que uno ha claudicado. Uno ya está muy feo y viejo para suponer que su futuro puede valer la pena. Pero ¡momento! ¡uno a penas tiene veintitrece años! ¡sí, sí! treinta y tres. Son muy pocos para vencerse, pero demasiados como para pretender algo serio en esta vida. A uno lo único que le queda es su carrera. 


¡Ah! ¿cómo? ¿no era respecto a eso el vencerse?

No, no, por supuesto que no. Respecto a todo lo demás. Respecto a lo que uno aún puede vencerse. Si me venciera respecto a eso, sería francamente más provechoso ahorrarme la escritura de esto y tirarme a las vías del metro. O algo menos escandaloso. Es lo mismo. En este país es fácil. No. Respecto a eso no. Respecto a lo otro. Respecto a casarse y tener hijos y tener una vida plena y esas cosas. El único problema de tan ataráxica renuncia, es que deprime. Y así, deprimido ¿cómo se termina una tesis? O sea, no es tan ataráxica. O al menos no hallo el modo correcto de alcanzar la ataraxia. Y eso produce más, aún más angustia y todo... 

...bueno, mientras haya angustia hay algo. Hay un algo que lo jala a uno hacia algún lado. Hay un fin, aunque no se vea cual. Como por ejemplo, terminar la tesis

No escribiré nada más... en un ratito. Luego la tesis. Luego... pero antes veré La guía del autoestopista intergaláctico. Ayer terminé de leerla y hoy veo la película en youtube. Luego de leer la triste historia de cómo se hizo, de cómo Disney la hizo, de cómo su autor no la hizo. Triste. Pero basta. Si sigo escribiendo, el espíritu de Marvin, el androide paranóico, me sobrecogerá, y si sigo escribiendo y si siguen leyendo tendrán el mismo fin que aquella nave espacial a la que Marvin deprimió tanto. 

Habrá, entonces, que repetir Don't Panic y hacerse un tazón de leche con Cornflakes y... esperar lo improbable. 


07 agosto 2012

¡BOLA INTEMPESTIVA!

Séptima e intempestiva entrega de los cuentos de La bola de Cristal. 

Que no sea de silicio, no quiere decir que no sea cristalina

¡Debieron sospechar que algo no andaba bien con la narración anterior!  ¿Cuál edificio? ¿En dónde? ¿Por qué "Ella" pasaba de ser una entidad prudente y luego era el deus ex machina de toda la narración? ¡Algo apesta en Dinamarca! digo, en esta narración. ¡Sean más desconfiados, por el amor de la sacrosanta bola de cristal!

Algo que no saben ustedes es que nuestros tres personajes padecen distintos grados de ansiedad social... y cada uno de manera diferente respecto a cada uno. A la personaja A, denominada como "yo" le pasa que jamás le para la boca... excepto cuando está enfrente del personajo B denominado "Él". A la personaja "C" la prudencia siempre la acompaña, excepto cuando está frente al personajo "B" y entonces a la que no le para la boca es a ella. Y "B" tiene el ansioso comportamiento de hacer EVIDENTE cuando le desespera lo que está diciendo el interlocutor. Total que, cuando los tres están juntos, A usa a C para comunicarse con B aprovechando que C es muy prudente en esa situación. Así que aquello no fue tan sencillito como fue narrado. ¡Falso! Pero la tortuosa descripción de cómo se comunican, cuando están los tres presentes, haría esta una narración psicologisto-naturalisto-costumbrista. Y no ese no es el chiste. 

Con todo, las cosas ocurrieron más o menos así. En medio de una tortuosa y circunlóquica explicación  de A —o sea, yo— de cómo funcionaba la bola de cristal para B (o sea Él) —frente a la desesperación de C (ella)—, un rayo partió por la mitad el árbol que casi los mata. B estaba preocupado, aunque a estas alturas ya no sabemos si por su propia salud mental, por la de A, por la de todos, o porque se comenzó a creer eso de que A sí lo espiaba mediante la bola. Y como la explicación de A fue de lo más confusa, podemos creer eso de que B (o sea, Él) dijo ¡¿De qué bola están hablando?!

Pero dado que casi son chamuscados, y que, deus ex machina hubo testigos, el tema obnubiló por un buen rato el asunto de la bola. En la universidad no se hablaba de otra cosa sino del milagroso modo en que los tres sobrevivieron a la ira de Zeus-Jehová-Thor-Quetzalcóatl. Y el heroísmo de B quedó grabado en la memoria de la comunidad durante largo tiempo. 

Sin embargo A y C, con fundadas, epistemológicas y probabilísticas conjeturas, decidieron que eso de la bola podía ser peligrosísimo. Quizás habían despertado alguna fuerza poderosísima por andar jugando con energías que simplemente no comprendían, en las que no creían, y que ponían en cuestión todas sus certidumbre metafísicas... o quizás les asustó darse cuenta de que la Bola era un medio muy efectivo para espiar a B, pero no precisamente para imbuirse en sus pensamientos. Porque eso había quedado muy claro: cuando "C" le pidió a la bola ver sus ojos, Él volteó y ambas lo vimos. El terror, pues, era más bien que la bola funcionara como una especie de muñeco vudú (¿vieron "Las brujas de Eastwick? Algo así, pero en vez del Jack Nicholson el objeto de las vejaciones brujiles era Él... su amado Él

Ella y yo nos debatimos un tiempo sobre la moralidad del asunto. Al fin de cuentas lo queríamos... para cada una. Y no podíamos dividírnoslo. O al menos no racionalmente. Y para estas alturas ya deberían ustedes haber adivinado el porqué él era una entidad imposible para ambas: su totalidad y completud pertenecía a... pues a... a... a la Señora de B. Así que aquello era simplemente sumamente inmoral. Por donde lo vieran. Y sí, también lo querían... de cariño

Pero también pudo el espíritu científico de ambas. Puesto que –seamos honestos– él ya conocía o al menos sospechaba que algo apestaba en Dinamarca (¡dale como Hamlet!), no tenía caso seguir persiguiéndolo: de por sí B siempre le había tenido como algo así como entre repeluz y miedito a A (o sea, a yo, o sea a mi), y aquello francamente lo agravaría (o le daría ventaja a C, cosa que A no podía permitir... o sea yo...). Así que A utilizó todas sus armas dialécticas para convencer a C de develarle el secreto a B, y hacerlo partícipe de sus experimentos. 

–¿Pero es que no has visto "Quieres ser John Malkovich?" dijo espantada C. 
Yo lo que veo difícil es convencerlo de quedarse a dormir en mi casa para que pueda usar la bola. 
–¡No seas mensa! (aquí hay una falsedad: C es una dama. Nunca me diría mensa). ¡Se la prestamos!
—¿y si nos ve a nosotras? 
—Pues ya lo sabemos... y nos dejamos ver... no nos va a agarrar desprevenidas... total... a lo mejor a él ni le interesa espiarnos, y va y espía... pues a otra persona... 

Lo meditamos un tiempo... 15 minutos, porque entonces él salió de su cubículo y nos saludó entre nervioso y solícito: ¡los eventos del rayo que casi nos parte no eran para menos! 

Saqué la bola de mi mochila (de Kitty que tanto me criticó Ella, pero yo no estaba dispuesta a gastar mil quinietos pesos en una bolsa de señora. Pero mi dificultad para crecer queda fuera de este relato). Se la enseñé. Él la tomó nervioso. Ella le dio unas hojas donde, a las carreras, apuntamos las instrucciones... y nuestras observaciones. Y nos fuimos sin mediar palabra... 






Hoy pura ampolla, no bola

Hoy no hay bola. Hay ampolla. 


(Esa no es mi ampolla. Es una ampolla de internet. A la hora en que mi ampolla exigía mi atención, no se me ocurrió satisfacer sus necesidades con exibicionismo. Quizás si se hubiera sabido fotografiada, habría estallado de gozo haciendo alarde de su inflamación y las causas esforzadas de su aparición en el mundo. De su papel protector de la piel dañada. De su esfericidad y su brillo. Porque mi ampolla no era tan guácala y amarilla como la de la foto: era transparente y perfectamente redonda. Una gran ampolla: en el empeine de mi pie que, si algo le sobra en el mundo, es empeine. Así mi ampolla habría ganado la inmortalidad. Pero no. Simplemente la cubrí con microporo para que no se reventara. Lo agradeció: dejó de dolerme. Finalmente fue reabsorbida por la piel y pasó a mejor vida en silencio y con discreción. Pero quería contarles su heróica aunque breve historia)

06 agosto 2012

Una llamita ilumina la bola de cristal.

Esta es la sexta (y un poco desanimada) entrega de los cuentos de la Bola de Cristal. 


Apenas se alcanzan a ver nuestras narices iluminadas por la luz trémula que sale de la bola de cristal. Se oyen risitas. Su rostro se enciende, se enciende el mío. Seguimos riéndonos y con las manos sobre la bola. 

Bola, bola mágica, 
¡enséñame sus entrañas!

Y en la bola surge una figura que camina nerviosa de aquí para allá, de allá para acá. Se desvanece. De nuevo estallamos en risitas nerviosas.
Llevábamos varias horas haciendo experimentos con la bola. Se prendía sola, eso era verdad. A las dos de la mañana la desperté y las dos nos levantamos corriendo para llevarla a la mesa. Si sólo ella ponía las manos, se tornaba violeta, si yo las sobreponía, la bola agarraba un color turquesa. Cuando ambas las pusimos, la bola comenzó a cambiar violentamente de color, hasta que salió el letrero, pero ahora en santo castellano: 

Bola lista. 
Esperando instrucciones.

No lográbamos ver otra cosa que su figura caminar de un lugar a otro, sin importar qué dijéramos. De pronto algo dijo ella, no recuerdo si fue "bola, quiero verle los ojos" o algo así, y de pronto el volteó. Lo que no podría explicar es cómo, estando una frente a otra, la imagen nos vio a los ojos directamente, asustado, se llevó las manos a la boca, y la imagen se desvaneció. 

Lo más sorprendente fue la semana siguiente cuando las dos nos lo encontramos. Al vernos se sobresaltó. Trastabillaba un poco, estaba nervioso. Caminamos unos metros hacia antes de que comenzara a voltear detrás de su espalda. 

—¿Qué tienes?

Preguntó ella. 

—Nada, nada

Contestó él, nervioso. Y luego de unos segundos, distraído y como sin querer nos dijo que sentía como si alguien lo estuviese viendo, que tenía una sensación absurda de que muchos ojos se posaban sobre él.  No a todas horas —¿creen que estoy loco? ahorita no, no lo había sentido, hasta que me las encontré. ¿estaré enloqueciendo?

Ambas nos vimos asustadas. ¿Y si ahora sí habíamos logrado contacto? Toda esa noche estuvimos discutiendo muchas hipótesis: quizás era un espejo de lo que cada una tenía en la cabeza. Terminé confesándole mis temores. Con mucha vergüenza le conté lo que había visto. No, no creo que sea eso. Cálmate. Si eso fuera, ya habría mucha tensión entre nosotras ¿no crees? ¡y menos me lo estarías diciendo tan quitada de la pena ahorita! Pero para saber si viste tus temores o sí lo viste a él, quizás tendría que estar sola yo con la bola para averiguarlo. Porque ¿quién sabe? igual y esa noche él sí soñó conmigo, con mi mano tocándole la barbilla. Y la miré con tristeza y ella me devolvió la mirada con un poco de angustia. Son sueños, me dijo, sólo son sueños. Y así me tranquilizaba siempre, siempre que me derrumbaba y venía y me levantaba desde el piso, como toda la vida. Como desde siempre.

Nuestra amistad mucho tenía que ver con su imagen caminando de un lado a otro. Sólo nosotras nos aguantábamos hablando de él. Y era como una batalla entre caballeros... o entre damas, digámoslo. Sabíamos que al final aquello terminaría a muerte. Alguna vez ya nos habíamos puesto el pie en esa carrera hacia ningún lado que significaba él.  

¿Que te miran? ¿que te mira quién?

Le pregunté, pero me miró arrepentido de haber dicho eso. No sabía que hacer. Comenzó a hacer aire y cayeron algunas gotas de agua. Los tres apresuramos el paso y corrimos hacia la puerta para protegernos de la lluvia. 

—¿Y esa sensación te angustia?– le preguntó ella 
—¡Pues sí! Si no fuera así nos habría visto con alegría— respondió la idiota de mi, y los dos se me quedaron viendo. Ella con ganas de meterme una patada, y él sorprendido y, ejem, digamos, como si acabara de captar algo... o literalmente, de capturar algo. Lo sentía aferrado a mi yugular, por decir lo menos.

—¡Pues sí! ¿no? si nosotras te evocamos ese sentimiento, y hubiera sido una sensación alegre, pues... 

Pero la campana me salvó. O la lluvia: comenzó a caer con tanta violencia que tuvimos que movernos hacia atrás. 

—Fue a las tres de la mañana

Dijo ella. Y él y yo la miramos boquiabierta. Luego voltee a verlo. ¿Vio la hora? ¿a caso esa sensación lo despertó y lo hizo voltear a ver la hora? ¿Y ¡ahora quién era la idiota!? Comenzó a granizar. La puerta del edificio estaba cerrada. Los tres comenzamos a apiñarnos contra la pared. 

—Sí, como a las tres de la mañana... y luego, cuando las vi. 
—¿Y antes no te había pasado?

Ella mi miró furiosa. Pero ¿qué estaba tramando ella? ¿cómo carajos le iba a leer la mente?

No

Dijo él. Los granizos comenzaban a golpearnos los pies. 

—No— dijo ella. —Antes la que lo sintió fui yo. Tu maldita bola sí funciona. No refleja nada. Sí es un lente.

¿De qué están hablando? ¿cuál bola? 

Un tronido potentísimos y una luz enceguecedora nos hizo callar: frente a nuestros ojos un árbol acababa de recibir un rayo. Los tres brincamos y nos pegamos lo más posible contra la pared de la puerta cerrada. Él extendió los brazos como para protegernos. Una rama en llamas comenzó a desprenderse y adivinamos su trayectoria. Los granizos no paraban, pero si no nos movíamos de ahí... Él nos tomó de las manos y comenzó a correr mientras nosotras íbamos gritando por los golpes de los granizos. Fue cosa de segundos: al alcanzar la puerta del edificio de enfrente vimos cómo la rama cayó justo donde habíamos estado. 

Lo único que me queda claro, — dije con la voz entrecortada por el esfuerzo —es que esa pinche bola no predice el futuro. 

—¡¿Qué bola?! gritó él...





05 agosto 2012

Hoy tampoco hay bola.

No señores, hoy no hay bola. Hay David Hamlyn. Se acaba de morir. Me acabo de enterar. De que se acaba de morir, de que existe, y de que desde hace un año tengo en mi cpu un artículo suyo que debí haber ya leído hace siglos. Ese es el menú de hoy. Las dos primeras páginas: quesque Aristóteles no distingue entre percepción y sensación. Ok, va. Aisthesis no da pa'tanto. Pero su siguiente mención es el ininteligible Tomás (así, "unintelligible") y luego Descartes, el que lo inventa todo. Ok. Tengo una misión en la vida. Oh, sí. Y de todos modos recordé la distinción de Nemesio entre aísthesis y allóiosis. Sí, yo sé. La traducción entre categorías históricas es tan confusa como la traducción entre dos lenguas cualesquiera: no se puede de uno a uno. Bueno. Es un artículo pequeño. Y porque me emocioné. Y ya. Es todo. Por eso hoy no hay bola. 





04 agosto 2012

Confesiones de la bola de cristal



Sobre el Zodiaco:
Yo no creo en esas cosas. Alguna vez creí en ellas, pero ahora sé que no existen. Pero si existieran, sé cómo funcionarían. 
Sobre ella:
Yo no siento esas cosas. Alguna vez creí que las sentía, pero ahora sé que no. Pero si las sintiera, sé exactamente cómo se sentiría.

Esta es la quinta entrega de los cuentos de la Bola de Cristal. 


Mini bola de cristal, o sea, una canica.



–¡Adivina qué! ¿con quién crees que soñé?
Comencé a sudar frío. No sólo sabía con quién, sino también qué. Durante toda la semana la estuve espiando por la bola de cristal. Poco a poco me fui familiarizando con su funcionamiento aunque aún no lo entendía del todo: a cierta hora comenzaban los colores, y eso no parecía estar bajo mi control, o al menos aún no averiguaba que detonaba su encendido, pero ya podía controlar la duración de su funcionamiento.

No, no tengo idea. ¿cómo podría saberlo? ¿eh?

Se me quedó viendo raro. Yo misma me reprendí por lo idiota.

Bueno... ¿qué soñaste?
Algo raro. Que íbamos en un carro, tipo la banda del automóvil gris, ¿viste la película? bueno. El caso es que él era como el jefe de la banda, y ahí estábamos ¡tú y yo! y entonces... 

Dejé de ponerle atención ¿Banda del automóvil gris? ¡yo sólo había visto imágenes bastante... ejem... ¿cómo decirlo? bueno... me comprenden. Cuerpos desnudos, escenas tiernas... ¡nada que involucrara una historia! Y mucho menos la banda del automóvil gris.

¡Cómo ves! ¿no es chistoso?

Tampoco podía esperar que me contara ese tipo de sueños. No nos contábamos esas cosas. Pero ¿para qué iba a inventar un sueño? Y sobre todo, suponiendo que era la versión con censura, ¿a qué horas salió el automóvil gris en la bola de cristal? No lo recordaba. ¿La bola sería selectiva?

¿Qué opinas?
—¿eh?
—¡No me pusiste atención!
—¡Sí, sí! ¡que iban en un automóvil gris!
—¡No era gris! ¡era como la banda del automóvil gris! Pero era... ¡aish!
—¡Discúlpame! cuéntamelo, anda... es que yo... yo también tuve unos sueños muy raros con él... pero no, nada con historia como los tuyos... eran... pero ¡cuéntame el del auto! ¿cómo era?
—aish... bueno. Traía un sombrero...

¡Sombrero! ¡Eso si salió en uno de los sueños! Pero ahora sí tenía que poner atención, traté de olvidar lo que había visto  ponerle atención... pero era difícil...

—y entonces así nos escapábamos...

¡En la madre! ¿quiénes se escapaba? ¿de dónde? ¿ellos dos? ¿nosotras de él? ¿todos de la policía? Me le quedé viendo como idiota y sonreí. Maldita bola y maldita atención la mía. Yo nomás dije: 

—¿pues qué cenaste? ¡jajajaja!

Y para mi fortuna se rió también, y se saldó el problema. Andábamos en Ciudad Universitaria, era tarde y estábamos muy cansadas. El clima era lo suficientemente seco como para que las Islas (para los no chilangos, nota: es una extensión de césped muy grande entre los edificios de la Ciudad Universitaria), decía, para que las Islas no fueran un enorme lodazal, pero lo suficientemente húmedo para que el pastito fuera suave y verde y se antojara echarse sobre él. Y eso hicimos: nos echamos de espaldas y nos quedamos mirando las nubes. 

–¿Y tú qué soñaste?

No sé porqué se me ocurrió contarle lo que vi en la bola. Quizás porque era un modo de quitarme la culpa de andarla espiando. En realidad no me interesaba lo que ella soñara. O bueno, sí me interesaba, pero no del mismo modo. O sea ¿cómo decirlo? Si ella me cuenta sus penas y glorias, me interesa porque la quiero. Porque es mi amiga ¿ven? Pero saber qué sueña él es... no es que no lo quiera... es que... ¿que qué soñé? 

—Pues que estábamos en un lugar muy raro. De muchos colores... ¡desnudos!
—¡Jajajaja! ¿y así? ¿nada más eso?
—Bueno, no... o sí... o sea... ¡ya sabes! ¡eso!
–¡jajaja! bueno, sí. Eso, ¡jajaja! Bueno, sí, yo he soñado eso también, pero hace mucho tiempo que no.

¡Maldita bola! ¡Ahora resulta que me trae los sueños diferidos y no en vivo!

Sí, antes sí soñaba eso. Hace mucho que no soñaba con él y hasta ayer que pasó eso de la película
—¿Cuál película? 
—¡jaja! ¿pues no te parece similar el sueño que tuve y la película de la semana pasada? 
—¡Ah...! sí, sí...

Voltee y la miré de perfil. ¡Maldita bola! Llevaba muchas noches viéndola y ahora no me parecía la misma de siempre... ¿o sí? La luz caía de esa manera sobre su nariz y sus ojos. De pronto me sobresalté... no, no, no... no podía ser... maldita bola, no. Yo no siento esas cosas ¿entiendes bola? No... y menos con... no, no, no. 

¡Vámonos!
—¿Qué pasó? ¿estás bien? 
—No... digo sí pero... pero... 

No podía ya verla a los ojos. Tampoco quería volver a ver la bola. A mi me interesan sus sueños porque es mi amiga. Me interesan los sueños de él porque... pues... pues porque... por la misma razón que uno stalkea a la gente en Google ¿no? Porque quiere invadir la intimidad de la gente. Porque cuando uno desea a otro, lo que quiere es poseerlo. El deseo es una cosa bestial y que nomás despierta nuestras ansias de poder... de poseer al otro. Porque es bello, sí, por eso despierta el deseo... ¡pero eso me pasa con él! ¡con él!

¿qué tienes? ¿estás enojada?

Al fin la pude ver a los ojos. Estaba asustada (esa bola nomás despierta puros sustos). Entonces comprendí lo que pasaba. La bola no era una lente, era un espejo. Un espantoso espejo que devolvía al lector una imagen de sí mismo que uno mismo no quería ver. Al fin la vi a los ojos, y le dije:

—Quédate en mi casa hoy. Tengo una cosa que debo enseñarte. No me lo vas a creer si te lo digo ahorita. Pero necesito que me digas si estoy loca, si me lo estoy imaginando o si es verdad.
—¿qué cosa? ¡¿qué te pasa?! ¿estás bien?
—Tengo una bola mágica... 

03 agosto 2012

Selección de cuentos.

Tampoco hay anécdota, entrada de diario, soneto, declaración de amor, resumen de la tesis o sueño. Pero anoche estuve leyendo algunos cuentos viejos y les traigo los que más me gustaron. Una pequeña selección, vaya. Ojalá les gusten. :)

Cuentos:


  • No le digas borroso <— es el que más risa me ha provocado
  • Dresde (carta cerrada) <— es mi cuento favorito. Es el único que le escribí al asesor :) 
  • JOnás <— Sobre mi tocayo Jonás. Me gustó mucho. 
  • Antojo <— Pos eso: un antojo (un atojote) 
  • Casandra <— En el fondo, el tema es el mismo que el de la Bola de Cristal. Es chiquito.

La imagen me gustó. Gran parte de mi chamba ahora consiste en encontrar este tipo de imágenes y hacerles un "copy". Sí, sí. Es un trabajo medio chatarra. Por eso es un buen trabajo: no pretendo quedarme ahí forever. Los quiero mucho. Abrazos a mis lectores, a mis musos, y a todos los demás. 


02 agosto 2012

La apertura de la bola de cristal

Cuarta entrega de los cuentos de la Bola de Cristal


¿esto es un espejo o una lente?

Un molesto parpadeo me despertó. Un enorme círculo blanco aparecía y desaparecía del techo. Claro, era obvio, por holgazana no había apagado la computadora y la lamparita que indicaba que estaba en reposo activamente me recordaba todos los pendientes atrapados en su carcaza de plástico blanco. A punto de dormirme y ¡zaz! de nuevo el círculo... que, bien visto, ya no era blanco, se ponía rosa... ahora azul, ahora verde... ¡momento! ¡¿cuál carcaza blanca?! La iBook blanquita ¡¿me estaba visitando desde el cielo de las computadoras?! Me erguí sobresaltada sobre la cama: esa computadora hace meses que no la tenía después de que el gato aventó la puerta suelta del ropero, que a su vez tiró la taza de café caliente sobre el costado izquierdo de la iBook dándole en la madre, para siempre, a la tarjeta idem

¡La bola!

Mis uñas agarraron con todas sus fuerzas las sábanas y, haciendo de tripas corazón me obligué a voltear... primero al techo: ahora los matices iban por el turquesa pasando por el fucsia y el negro fosforecente. Con la mano derecha busqué a tientas los lentes y, nada más me los puse, vi dentro de los cristales el reflejo esférico de la monstruosidad mágica. Que mis gatos le estuvieran gruñendo no me tranquilizó mucho más, pero la curiosidad era demasiada ¿a qué maldita hora se me había ocurrido ponerla dentro de un estante del librero?

Me levante despacito y, casi como si fuera a aplastar a una horrorosa araña potencialmente venenosa, agarré un trapo (recuerden que la otra vez se había calentado) cerré los ojos y la agarré. No, no estaba caliente. Entonces abrí los ojos y vi que los colores no dejaban de aparecer (lo que me tranquilizó al fin de cuentas). Rápido caminé hacia la mesa (no sin antes voltear los platos de croquetas y de agua de los gatos y proferir algunas mentadas de madre), la puse sobre la mesa en sus patitas de león, y me puse a contemplarla. 

Los patrones que mostraba la bola al inicio simplemente eran bonitos, pero luego como que querían agarrar forma. Como que querían, es decir, como que ya iba a aparecer algo, como que eso tenía algún significado (¿y si nomás había comprado una lámpara de lava mágica?), como que... hasta que supuse que  la estaba 'mal interpretando'. ¿Recuerdan esos libros para ver en tercera dimensión si uno hacía bizcos? Y ahí me tienen haciendo bizcos y casi torciendo la lengua para ver si aquello tenía algún significado, pero entonces se apagó (y juro que se escuchó como cuando el disco duro de la Mac... ¡ay la Mac! se apagó. Hizo así "¡piiuuuu!" y se apagó. ¿Y ahora? Me sentí tan idiota como cuando se murió la mac. 

Pero antes de tener tiempo de reaccionar un punto blanco y luminoso apareció en el "fondo" de la bola. El punto se alargó como en una tira y comenzó a formar patrones muy extraños... ni tanto... ni tan raros... simplemente decía: 

Sphaera Crystallina operationem incipit...

Luego aparecieron un montón de puntitos, de tres en tres, así: 
...
...
...
...

y al final el siguiente letrero.

decretum praestolatur:

y dos puntitos que parpadeaban

What the fuck!?

Ahora resultaba que la bola era una especie de computadora mágica ¡¡En MSdos!!
¿Cuáles habían sido las palabras mágicas? Me odié en ese momento por no habérmelas aprendido...  ¿cómo era, cómo era?¿ ¿saldría lo mismo si se lo decía en portugués o alemán? –pronto verán lo fundamental de la lengua escogida– Pero ¿la esfera me escucharía? Y en pensando todas esas cosas, repitiendo cada uno de los pasos comencé a recitar

ameno, imperavi emunare, ameno, 
lacire, lacire do, ameno... 

Y ¡sí! ¡funcionó! De pronto comencé a recitar, de nuevo involuntariametne aquellas palabras en latín: 

Sphaera Crystallina mihi devela
in animo suo occultam viam
et otibus meis suos
in verba verte somnos

Me quedé en silencio. ¿Saldría una descripción de sus sueños? (eran las tres de la mañana, yo asumí que estaba jetonsísimo)... o ¿debí decir et oculis meis suos/in imagines verte somnos? (bueno, el morbo sería mejor así), pero en lo que pensaba todo eso me di cuenta de que no era necesario: la bola salió con su mensajito en MSdosmágico: 

...procedendo...

y entonces apareció una imagen (¡mi primer imagen mágica!). Era un cuerpo de mujer desnudo, blanquísimo, que estaba dormido sobre algo que parecían unas sábanas de colores, pero me di cuenta de que el fondo eran los colores del principio. Entonces ¡aparecía él! ¡aparecía él junto a ella! Ella no se distinguía bien –aunque me quedaba claro que no era yo, lo que provocó en mi gargantita un nudo y que dos lagrimones se me escurrieran... porque sí sabía quién era ella.–

Él estaba vestido de traje. Andaba de aquí para allá, como si ella no estuviera ahí. Se veía desde arriba, pero lo más raro fue cuando él comenzó a verse de frente y a hablar como si me estuviera hablando a mi, pero ella seguía acostada exactamente en la misma posición, como vista desde arriba... ¡vamos! imaginen que la bola es una pantalla de televisión. Él estaba diciéndole algo a la "cámara", y desde atrás apareció una mano que acariciaba el rostro y él sonreía... Quise extender la mano... era su rostro, sonreía... se veía cansado y tenía la barba crecida. Me miraba, me miraba con mucho cariño. Sonreía... Entonces se acercó demasiado, entre cerró los ojos y la mano de la bola se extendió... no era mi mano, pero yo conocía esa mano, esos anillos, el anillito con las tres piedritas rojas... 

¡¡¡¡Verga!!!! ¡¡no estaba viendo los sueños de él!!

De pronto me llevé las manos a la boca, pero entonces me di cuenta de que la fuente de alimentación mágica de la bola eran las palmas de mis manos, porque apareció un letrerito que decía:

conecte manus

y puse las manos sobre la bola otra vez. Pero ya no apareció nada, sólo los patrones de colores... 

¿Por qué los sueños de ella? ¿por qué? ¿le contaría? pero ¿cómo contarle a alguien que tengo acceso directo a su incosciente?

01 agosto 2012

La bola de cristal y la naturaleza de lo mágico





En árabe y en hebreo se usaba, en la edad media, la misma palabra para espejo y para lente. Ambos son artefactos visuales pero cumplen funciones opuestas: uno permite que nos veamos a nosotros mismos y el otro perfecciona la visión que tenemos del otro lado. La diferencia entre el loco y el visionario consiste en saber cuándo se está enfrente de qué.

La bola permaneció meses dentro de su caja. A esas alturas ya no me quedaba claro a qué le tenía miedo exactamente: a que la magia fuera verdadera, o a que no lo fuera. Y como me daba todavía más miedo ponerme a discernir entre una cosa y otra, la dejé, empolvándose, en el librero.

Empolvándose literalmente: yo y los sacudidores nunca hemos tenido relaciones cordiales. Y fue hasta que mi papá vino de Mérida, mientras sacaba polvo y pelos de gato a raudales, que me encontré de nuevo con la bola y me puse a desempolvarla. Aquello me recordó –perdonen ustedes queridos lectores, el recuerdo pero, ¡pos de eso me acordé! ni modo, este es un cuento sin censuras– mi primer orgasmo.

Fue accidental. Yo sabía que existían (mucho se esmeraron mis padres en mi educación sexual, y hasta en mi escuelita liberal nos dijeron alguna vez que existían), pero no mucho más. No tenía idea del proceso causal, y estaba segura que involucraba siempre la presencia del otro individuo propinador de la reproducidera. Yo tenía once años, y a las niñas no se nos da mucho hablar entre nosotras de esas cosas. Sí, sí... otras niñas me habían hablado de la regla y la menstruación, y mi abuelita me había advertido que estaba cerca de la edad crítica y... pero... yo no tenía idea de la geografía anatómica femenina... nada.

Sí, sí, les digo. Ya había oído mucho la plática de las abejitas y los pajaritos. Y conocía los nombres "científicos" de los instrumentos reproductivos. Y sí, sí, sabía que había una sensación imposible de describir más allá de las "cosquillitas" (una "especie" de "cosquillitas", unas "cosquillitas" secundum quid, unas "cuasi-cosquillitas"), pero asegún les entendía las explicaciones a los libros, revistas, adultos y demás, aquellas "cosquillitas" eran producto causal del "acto-reproductivo-amoroso" y lo de porqué era amoroso algo tan extraño, nunca me quedó claro del todo, pero algún misterio debería haber ahí...

...como cuando le pregunté a mi abuelita que qué se sentían los besos, y ella dijo que era como tomar miel de los labios del otro. Y luego, muchos años después, descubrí que esa metáfora segurito la agarró del Cantar de los Cantares, pero a mi la miel no me gustaba nada de nada, se me hacía pegajosa y, me atrevería a decir, amarga de tan dulce... bueno, pensaba yo, entonces no es como la miel esa que yo como, sino como una especie de miel inimaginable pero muy muy muy ¿dulce? no, dulce no, justo eso es lo horrible de la miel. Una dulzura en su justo medio, ha de ser como el agua pura e insabora cuando uno tiene muchísima sed... como Ambrosía... la ambrosía debe representar eso irrepresentable. 


Así, así me imaginaba esas cosquillitas, pero con el añadido de que eran "como cosquillitas" y que se presentaban por un un proceso desconocido e inimaginado aún que involucraba a un hombre una mujer y un futuro bebé.

Pero no fue así. Yo tenía once años, estaba de vacaciones en Mérida, hacía un calor del demonio y estaba sola en casa. Sola, esa es la palabra clave. A plena luz del día, metida en mi recámara y sin ganas de bañarme porque, aunque era yo una plasta pegajosa de sudor, el agua me parecía demasiado fría y nadie iba a andar gastando gas para que una niña marica se bañara con agua tibia en el calor del verano de Mérida.

No, no le estoy dando vueltas. Le esto dando un rodeo digno de Moebius.

No, tampoco satisfaré vuestras calenturientas mentes con detalles. Los detalles de ese tipo vendrán después, porque la bola de cristal tenía deparadas para mi muchas sorpresas todavía. Simplemente les contaré el asunto... así... tal y como lo contaré.

Tenía once años y mi ignorancia es la que acabo de relatarles. Estaba sola y hacía un calor del demonio. Y así como Dios me trajo al mundo (ignorante e hija de Eva), me dejé llevar. Y de pronto algo se incendió. Algo que no eran unas estúpidas "cosquillitas" Y la cosa se ponía cada vez más intensa. Al principio parecía que podía controlarlo (yo no tenía una puñetera idea de que ESO era un orgasmo) pero de pronto no. Se me fue de las manos. La sensación aumentaba y aumentaba y yo creí que me iba a morir. Estaba realmente asustada. Muy, muy asustada... y antes de morirme, ¡pum! aquello se desapareció...

así

como vino, se fue

así

para siempre.

como si hubieran apagado un milagro

y yo me odié por temerle al milagro

y creí que mi miedo lo había espantado.

Y por más que lo busqué y traté de reproducirlo, y seguí paso tras paso, no pasó nada. No volvió. Y creí que lo había matado, apagado, desterrado para siempre.

(Y yo seguía sin saber que eso era un orgasmo)

Y me juré jamás, jamás bajo ninguna circunstancia, contárselo a nadie. Me sentía un monstruo. ¿Qué había hecho? ¿Cómo se llamaba aquello? ¿alguien más EN EL UNIVERSO habría experimentado algo así? ¿de qué secreto era poseedora? ¿alguien EN EL UNIVERSO sabría como reproducir aquello? ¿invocar al demonio de esa manera? ¿Qué había hecho? ¿qué?

Desempolvada, miré a la bola de cristal. La saqué de la cajita y la coloqué en un estante del librero (del cual saqué a Wittgenstein y lo puse todo en una silla. Por el momento, de lo que no se podía hablar, era mejor callar)...